Joaquim Coll Historiador y articulista
OPINIÓN

Barcelona, en su peor momento

Varias personas caminan por las Ramblas de Barcelona
Varias personas caminan por las Ramblas de Barcelona
David Zorrakino - Europa Press - Archivo
Varias personas caminan por las Ramblas de Barcelona

Es posible que este sea el peor momento de los últimos cuarenta años en España. Al drama sanitario y a su devastador efecto socioeconómico, se une por primera vez una falta de horizonte general. Somos un país ahora mismo sin proyecto, embarrados en una política autodestructiva. 

Solo el plan europeo de recuperación supone un agarradero, aunque está por ver que llegue a tiempo y seamos capaces de aprovecharlo. A lo largo de las décadas pasadas, durante las cuales hemos vivido también crisis severas, la ciudad de Barcelona ha sido un motor de cambio, modernidad, innovación, y un modelo de buen hacer. Lamentablemente, hace tiempo que dejó de ser un referente de todo ello. La ciudad no solo carece de un proyecto emblemático, sino que está desorientada, sin rumbo, y la pandemia no ha hecho más que poner al descubierto sus debilidades.

El debate sobre la movilidad, que ha dividido de forma visible el gobierno municipal de comunes y socialistas, es un ejemplo claro de que la alcaldesa Ada Colau prefiere los hechos consumados en lugar del diálogo con la sociedad civil.

Las intervenciones en la vía pública para expulsar al coche, pintarrajeando las calzadas y poniendo todo tipo de elementos disuasorios, como los peligrosos bloques de cemento, no solo caen en el mal gusto sino que carecen de estrategia general. Son actuaciones guiadas por la improvisación y ejecutadas sin más explicaciones. 

Barcelona no solo carece de un proyecto emblemático sino que está desorientada

No se discute las buenas intenciones, o sea, reducir la contaminación y ganar espacio para la movilidad sostenible, pero el ensanche barcelonés es una malla interconectada y si se especializan demasiado las calles perpendiculares se puede colapsar el tráfico cuando vuelva la normalidad, agravando el ruido y la emisión de gases. Si quienes han tomado esas decisiones lo han tenido en cuenta, no lo han explicado a nadie.

En cuanto a los problemas sociales, la vivienda ocupa un lugar destacado, con varios centenares de desahucios al mes. Colau hizo bandera de que «la vivienda es un derecho como una casa» y levantó unas expectativas enormes con el consiguiente efecto llamada, alimentado fenómenos como la ocupación. Barcelona dispone de una potente red de oficinas municipales de vivienda que se remonta a la época del alcalde Jordi Hereu, pero que Colau no ha reforzado desde que llegó a la alcaldía en 2015 con más recursos y personal. Demasiada propaganda y pocos hechos.

Para poder distribuir primero hay que crear riqueza y el Ayuntamiento de Barcelona había sido un buen ejemplo de impulso a la colaboración entre público y privado. Pero eso exige escuchar y de un rol institucional que Colau no ejerce. Su desplante al rey en la Barcelona New Economy Week (BNEW) lo pone una vez más de manifiesto.

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