OPINIÓN

QAnon

Un hombre lleva una capa en Phoenix (USA) con el símbolo de QAnon, una de las principales teorías de la conspiración de la extrema derecha estadounidense​​​​​ sobre una supuesta trama secreta organizada por un 'Estado profundo' contra Donald Trump y sus seguidores.
Un hombre lleva una capa en Phoenix (USA) con el símbolo de QAnon, una de las principales teorías de la conspiración de la extrema derecha estadounidense​​​​​ sobre una supuesta trama secreta organizada por un 'Estado profundo' contra Donald Trump y sus seguidores.
DPA vía Europa Press
Un hombre lleva una capa en Phoenix (USA) con el símbolo de QAnon, una de las principales teorías de la conspiración de la extrema derecha estadounidense​​​​​ sobre una supuesta trama secreta organizada por un 'Estado profundo' contra Donald Trump y sus seguidores.

Marjorie Taylor Greene, propietaria de un gimnasio de CrossFit y empresaria de la construcción, consiguió ser elegida diputada por Georgia en las elecciones del pasado 3 de noviembre. Hasta aquí, nada raro. Lo raro, lo patológico, diría yo, viene ahora.

Taylor Greene es republicana y cree, como otros 21 diputados republicanos electos y muchos militantes del Partido Republicano, que Donald Trump nos ha sido enviado para hacer salir de la madriguera a “la secta de pedófilos satánicos” que controlan Hollywood y el gobierno desde el llamado “Deep State” (Estado profundo).

La flamante diputada también llama nazi al judío George Soros y a los afroamericanos les dice que deberían sentirse orgullosos de la bandera sudista, la de los esclavistas, porque significa lo mucho que han progresado desde la Guerra Civil.

Así son los cruzados de QAnon (Q-Anónimo). Trump es el guerrero que lucha incansablemente contra “los malignos liberales y diputados del Partido Demócrata para evitar que continúen traficando con niños”. El Partido Demócrata, “que se ha alineado con negros y terroristas de extrema izquierda en contra de los auténticos americanos”. Y de ahí al “hemos ganado las elecciones”, pero los pedófilos no lo quieren reconocer ni aceptar. Solo en 2017, 158.000 obreros blancos sin ninguna titulación murieron en EE. UU por “desesperación”: muertes por suicidio, alcoholismo o sobredosis.

Lo que pasa en EE.UU. debería preocuparnos. Y mucho. Pero aquí, posiblemente, otro Simón de turno dirá que el virus “es como una gripe”.

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