Vamos progresando. Ayer éramos todos expertos en epidemiología y hoy somos todos especialistas en geopolítica. La crisis de Ucrania está resultando tan nutritiva para el cuñadismo como el coronavirus: aquí todo dios sabe lo que está pasando. En una misma tarde, sin salir de tu universo cotidiano, puedes ver como uno pone en su sitio a Putin, otro lee la cartilla a Biden y un tercero te explica el papel de la China en este asunto, sin olvidar las culpas del gran capital, las del lobby de las armas y las de Pedro Sánchez, claro, mientras algunos en Twitter y las tertulias reabren el debate de la OTAN que a mi, qué quieres que te diga, cuarenta años después me da cierta pereza. Para mayor confusión, aquellos que elegimos para gestionar nuestros intereses se pegan puyas entre ellos o caen en contradicciones, diciendo un día que el tema no es preocupante y otro que "esta es la mayor crisis desde la Guerra Fría".
La crisis de Ucrania está resultando tan nutritiva para el cuñadismo como el coronavirus
Yo, que de otra cosa no sabré pero de geopolítica tampoco, me limito a compartir un estupor que tiene que ver más con la condición humana que con la correlación mundial de fuerzas. Me asombra ver cazas, buques de guerra y carros de combate corriendo por Europa en la tercera década del tercer milenio. Me sorprende ver en las crónicas expresiones como "demostración de fuerza" o "mostrar músculo". Me inquieta ver a los jefes de la manada enseñando los dientes y dándose golpes en el pecho para amedrentar al rival. Aunque ya vimos otros machos alfa en actitudes parecidas cuando el enemigo era un virus, cuesta reconocer que el desarrollo de nuestra especie sea tan lento. Avanzamos en el cuñadismo, que nos permite a todos saber de todo, pero seguimos siendo gorilas en la nieve, ya no solo en la niebla, obsesionados con marcar el territorio.
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