Mario Garcés Jurista y escritor
OPINIÓN

Adivina adivinanza

Adivina, adivinanza cuál es ese sentimiento que anida en el corazón simple de los hombres y también en el alma infecta de algunas sociedades. Que no se deroga por Decreto Ley ni por Ley sin decreto. Que no reconoce Constituciones, porque solo puede existir allí donde no se reconocen los tratados y los contratos sociales. 

Que su discurso reiteradamente en cada época y en cada momento ha movilizado temores y angustia. Que cuando aparentemente se da por terminado, surge de nuevo para corromper e inficionar nuestras relaciones. Que no cabe ignorar su existencia pues sería tanto como negar una pasión congénita de la humanidad, y que su negación llevaría a dejarnos vulnerables como junco ante la tormenta de nuestra historia. 

Que se activa y alimenta con los sentimientos de dolor, de frustración o de envidia que individuos y comunidades sociales experimentan a lo largo de su vida.

Adivina, adivinanza, cuál es ese sentimiento que está presente en la persecución y exterminio de poblaciones enteras, y en genocidios interpretados por cobardes que conjugaron y conjugan verbos en pretérito perfecto simple y en futuro pluscuamperfecto.

Que justifica y consiente la conducta poética y bastarda a la vez de suicidas asesinos. Que se hace cómplice del infierno de la barricada bajo la sinfonía del fuego de los nacionalismos totalitarios. 

Que es, aunque no lo reconozcan quienes lo sufren, una expresión de cobardía de quienes no quieren asumir sus propios fantasmas. Que pone a prueba, y a nosotros nos lleva al límite, sobre la misma idea de humanismo y sobre el concepto absoluto de los derechos humanos, para transformarlos en deshechos humanos. 

Una expresión de cobardía de quienes no quieren asumir sus propios fantasmas

Que se esconde detrás de pretextos, excusas y fantasías como los gallinas con cara cubierta que se esconden detrás de las trincheras de un fuego urbano de fin de semana. Que escupe su agresividad hacia fuera, para residenciarla en el otro, en el enemigo, sea quien fuere, pero, al fin y al cabo, enemigo.

Adivina, adivinanza, cuál es ese sentimiento que llevó a Medea a envenenar a la esposa de Jasón. Que hizo que Ayax inmolara a sus propios amigos y destrozara su campamento, cuando en verdad solo despedazaba un rebaño de bueyes. 

Que convierte a un tímido estudiante de instituto en un aspirante de guerrillero de intifada metropolitana a medianoche.

Adivina, adivinanza, cuál es ese sentimiento que transforma el vacío personal en la búsqueda de la destrucción del otro. Que es independiente, e incluso independentista, a diferencia del amor que requiere vínculo. 

Que se declara independiente como un efecto claro de la radicalización de su propio dolor. Que se justifica en sí mismo mientras inflama la herida, la rellena de sal para que no pueda cicatrizar. Adivina, adivinanza. Es el odio, es la venganza.

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