Un atractivo caballero llamado Don Giovanni dilapidó su fortuna, y se vio en la calle cubierto de harapos. Pero un astuto mago que compraba almas para el diablo le dijo: «Puedes volver a ser rico si le pides a esta bolsa que se llene de oro. Pero no podrás lavarte, ni afeitarte, ni peinarte, ni cambiarte de ropa en tres años».
Gracias a la bolsa mágica, Don Giovanni recuperó su fortuna con creces, pero su aspecto y su olor eran cada día más deplorables: nadie quería cuentas con él.
Cierto día el rey le pidió un préstamo y Don Giovanni le envió una carreta llena de sacos de oro. El rey, agradecido por su generosidad, le ofreció la mano de su hija mayor. La princesa, que había oído habladurías sobre su aspecto, dijo que jamás se casaría con un ser tan asqueroso. Pero la hermana menor, que no le hacía ascos a nada, aceptó lo que su hermana rechazó.
Pasaron los tres años y Don Giovanni se metió varios días en la bañera con jabón. Luego se cortó el pelo, se afeitó y se perfumó de pies a cabeza. Y se dirigió al palacio para casarse. Su prometida, al verle, se puso colorada y feliz, pero la hermana mayor murió de rabia en el acto. De esa forma, el mago no se fue con las manos vacías, y pudo vender al diablo una nueva alma.
La buenas oportunidades pasan de largo debido a nuestras ideas preconcebidas. ¿No crees que quien debe guiarnos es el corazón?
Próximo viernes: 12/Gbezza y las gacelas
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