
Era 1951 y la Guerra Civil había acabado hacía doce años, pero España continuaba agonizando: en ese país pobre, de pasado espléndido y gris presente, aterrizaba Ava Gardner con el propósito de rodar Pandora y el holandés errante. Lo que iba a ser el efímero paso por nuestro país del 'animal más bello del mundo', como por entonces era conocida la actriz, desembocó en una apasionante historia de amor entre la estrella y España. Ahora un documental, La noche que no acaba, lo recuerda: será presentado en el próximo Festival de San Sebastián y, en octubre, se estrenará en salas.
Una diosa entre nosotros
Casi sesenta años después de su llegada, la huella de Gardner sigue presente en Tossa de Mar, el pequeño pueblo de Gerona donde se rodó Pandora. Pero no sólo ahí: también en Andalucía, que la actriz visitó en varias ocasiones o, sobre todo, en Madrid, donde vivió unos tempestuosos años. Gardner, divorciada dos veces y enamorada del alcohol, la juerga y los hombres, representaba mucho de lo que más odiaba el régimen franquista, pero España y la actriz vivieron una fascinación mutua. En nuestro país Gardner dejó dinero, recuerdos y una ilimitada cantidad de leyendas (muchas de ellas falsas, pero eso ya poco importa) sobre sus amistades, amoríos y escándalos.
"Era un personaje muy expuesto", explica Isaki Lacuesta, director de La noche que no acaba, "pero a la vez muy inexpugnable. Manejaba bien su imagen y era muy inteligente: se rebelaba contra la industria y su propia belleza, pero sabía utilizarlas". En el documental, Lacuesta reflexiona sobre las semejanzas entre la actriz y sus personajes, y entrevista a muchos de los que compartieron esos días en España: Lucía Bosé, el cineasta Jaime Chávarri o Paco Miranda, uno de sus mejores amigos. "Es la mujer más hermosa que nunca haya visto", explica Miranda, "y también muy apasionada y hermética". "Amo España", dijo entonces la actriz, "porque tiene los mismos defectos que yo".
Amor y celos

Ave nocturna
Ava se convirtió en habitual de legendarios bares madrileños como Chicote y Oliver, donde junto a Sara Montiel, Analía Gadé o Adolfo Marsillach asistían al espectáculo de uno de los primeros travestis de la noche madrileña, Coccinelle. A la una y media, cuando Franco obligaba a cerrar, la fiesta continuaba en casa de Ava o en una nave industrial en la calle Mejía Lequerica, detrás del mercado de Barceló.
Mitos y leyendas

Flamenco y toros
Nada más aterrizar, Gardner quedó fascinada con el flamenco: después, acompañada por Lola Flores, sería una asidua de tablaos como Zambra o Gitanillos. También le gustaba comer: en cuanto llegaba a su restaurante favorito, Riscal, se quitaba los zapatos para estar más cómoda.
De mudanza
Cuando llegó a Madrid, la actriz vivió en un piso de la avenida del Doctor Arce, donde tenía como vecino al político y militar argentino Juan Domingo Perón, al que insultaba en español desde su balcón. Después Gardner se mudó a una casa en La Moraleja: allí, durante una fiesta, echó a todos sus invitados mientras discutía por teléfono con Frank Sinatra.
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