Éramos nosotros pequeños, chinorris nos llamaban ellos, pero algo sí teníamos medio claro: ellos, los quinquis, eran los amos del mundo, un mundo que se limitaba a las fronteras del barrio.
Eran los primeros ochenta y ellos, los quinquis, eran payos como nosotros, pero vivían como los gitanos, con lo que eso suponía (o uno imaginaba que suponía): que robaban, que no tenían casa, que manejaban sus leyes y que hasta tenían una lengua propia, individual, excluyente. Ah, y que eran libres: también eso era importante.
Tenían gracia, aunque de lejos: cruzártelos era perder el reloj, la bicicleta, las pelas. La mitificación vino, claro, después, cuando lo que quedó fueron rumbas de Los Chichos y Los Chunguitos, hagiográficos tebeos ensalzando sus andanzas y películas: sobre todo, películas.
Cine de barrio
Y es que se critica al cine español pero, al menos, supo reflejar lo que pasaba en la calle. Los periódicos, es cierto, hicieron saltar la liebre: difunto Franco y su régimen, una sociedad en transición se aterrorizaba cuando El Caso, el ABC o El País, que ya existía, retrataban las andanzas de "Al Capones españoles".
Deprisa, deprisa rodaba el hasta entonces intelectualoide Carlos Saura, que triunfaría en Berlín con estos perdedores ibéricos. El pico la dirigía Eloy de la Iglesia, comunista, yonqui confeso, que mezclaba heroína y conflicto vasco en una obra hoy considerada maestra.
Perros callejeros la estrenaba José Antonio de la Loma, en las antípodas de los anteriores: un tipo conservador que, tras dar clases en el barrio chino de Barcelona, inmortalizó con su cámara las hazañas de Toretes y Vaquillas.
Una casa en llamas
Hoy, treinta años después, casi todo es diferente. "Vamos a dejar España que no la va a conocer ni la madre que la parió", dijo Alfonso Guerra, y resultó ser verdad. Campeones del mundo de fútbol, ejemplos democráticos para algunos y, capaces, quién lo iba a decir, de mirar con humor al pasado.
En realidad, nada nuevo: la poética de los desheredados, el cariño en la distancia hacia lo que, en la proximidad, asquea. Interesados, acudan a la Ronda de Valencia, 2, de Madrid: no muy lejos, en los aledaños de Lavapiés, en los yonquis que esperan kunderos en la plaza de Embajadores, siguen vagando sombríos, cenicientos y perdidos, los despreciados neoquinquis de ahora.
- 'Perros callejeros' (1977) Barcelona vive aterrorizada por el Torete y sus colegas. Poética, marginal, imprescindible.
- 'Deprisa, deprisa' (1981) Pareja periférica se enamora, roba y, cómo no, vive un final infeliz. Casi un musical: un gran clásico.
- 'El pico' (1983) Tras Navajeros y Colegas, De la Iglesia se atreve con dos yonquis bilbaínos: para colmo, uno es hijo de un guardia civil.
- El Pirri (1965-1988) l Este chaval rubio fue una de las más inolvidables caras del cine quinqui. Murió de sobredosis.
- José Luis Manzano (1964-1992) Amigo de el Pirri, murió en idénticas circunstancias. Hasta EE UU le ofreció trabajo.
- Antonio Flores (1961-1995) Todo talento y fragilidad: gran músico y, además, gran actor en Colegas (1982).
- Ángel F. Franco (1960-1991) Aunque era el Torete, en la gran pantalla encarnó a el Vaquilla. Murió de sida.
- José A. Valdelomar (1957-1992) Como en Deprisa, deprisa, atracó bancos. Tras la cárcel, murió por la heroína.
- Achantar: Arrugarse, acobardarse... Término tan extendido que hasta está aceptado por la RAE.
- Arpón (o banderilla): Forma de nombrar una jeringuilla. En los parques españoles, en los setenta y ochenta, abundaban más los arpones que en un caladero cantábrico.
- Cacharra (o fusca): Hoy se emplea más el término pipa: todas sirven como sinónimo de pistola.
- Guripa: En caló, un guardia civil es un kuripen. De ahí viene esta palabra, que podía sustituirse por picoleto, lagarto, aceituno...
- Macarrón: Vena en la expresión "castigarse el macarrón". Dicho finamente: inyectarse heroína (o caballo, o jaco...) por vía intravenosa. Dicho de otro modo, meterse un pico o un buco...
- Papiro: Billete. Enrollado y con una "raya de perico" (cocaína) delante, un turulo.
- Secadero: Los adictos a la heroína no eran enviados a un centro de rehabilitación, sino a un secadero. Por desgracia, no funcionaba muchas veces.
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