Slash y Kiss se reivindican en un Azkena que destroza récords de asistencia en Vitoria

  • El guitarrista triunfa tras un buen show con guiños a Guns N' Roses.
  • Stanley y Simmons provocan la histeria entre clásicos y pirotecnia.
  • Imelda May, Bob Dylan y Chris Isaak, otros protagonistas destacados.
Imagen del grupo Kiss.
Imagen del grupo Kiss.
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Imagen del grupo Kiss.

Un Azkena Rock de contrastes, de autoafirmaciones y de bandejas de plata se vislumbraba en el horizonte cuando Last Tour, como puntualmente lleva haciendo desde 2002, confeccionó el cartel de esta edición. Para los estadistas, un dato: esta edición del festival de Vitoria ha sido la más concurrida hasta la fecha, con 44.433 personas. El año de Pearl Jam, 2006, ostentaba hasta el momento el honor.

Un simple vistazo al cartel, además de corroborar que este festival mantiene la brújula, transmitía varias sensaciones, algunas pistas. Slash, Kiss, Bob Dylan y los Hives aseguraban el reclamo y el respaldo popular. Nombres como Maggot Brain, Imelda May, Jim Jones Revue o Dan Baird lideraban la legión de buenos músicos semidesconocidos, en penumbra, que desatan el romanticismo e incitan a romper lanzas, a brindar por la justicia en el mundo. También la merecidísima oportunidad para que Chris Isaak, el esclavo de Wicked Game, diera un puñetazo en la mesa ante nuestros ojos y mostrara sobre el escenario su asombroso estado de forma discográfico, y que dura exactamente desde que grabó el debut.

Momentos interesantes

Así las cosas, y con el Mundial de fútbol acaparando conversaciones y pantallas de televisión en el recinto, malos tiempos para los detractores del balón, el jueves dejó varios momentos interesantes, alguno notable, ninguno deslumbrante. El furioso rock garajero de Jim Jones Revue y el aluvión de riffs derivativos de AC/DC por cortesía de Airbourne inyectaron grandes dosis de energía a la jornada. Es difícil que los primeros abandonen su cariz  underground, su condición de banda minoritaria para fans con buen paladar, y los segundos, pese a gozar de cierto éxito, no parecen muy empeñados en labrarse una carrera personal y genuina. Los modernos y los cazadores de tendencias jamás se fijarán en ellos, pero es de alabar la fe en sus posibilidades y el nervio con que ejecutan cada canción.

Por su parte, Hold Steady hicieron las delicias de algunos amantes del rock americano, con su repertorio deudor, en mayor o menor medida, de la urgencia de los Replacements y del desgarro de Bruce Springsteen, salvando las distancias. El cantante se vació, a ratos rozando el histrionismo, y deparó buenos momentos, pero el vacío dejado por los inalcanzables Drive-By Truckers, banda anunciada y que cayó del cartel, era insalvable. En este primer día de festival también cabe destacar el virtuosismo de Warren Haynes a la guitarra con Gov't Mule, que aburre o emboba según el ojo del que mira, y el irregular concierto de los jovencísimos hermanos Katty, Daisy & Lewis, flamantes revisionistas del blues, el country y el rockabilly más atemporal, pero que sonaron un poco dispersos e inmaduros. Tiempo tienen para progresar, desde luego. Los Black Lips y su enérgico punk garajero contentaron a sus fieles en el cierre de la velada.

Victoria inesperada

La banda más caliente del mundo, como los propios Kiss se autoproclaman, se encargaría de comandar el cartel del viernes. Antes, otro icono del hard-rock más exuberante, Slash, se encargó de triunfar ante los ojos de un público que en su inmensa mayoría no daba un duro por él. El carismático hombre de la chistera y los rizos infinitos, el francotirador de melodías que contribuyó a llevar a Guns N' Roses a una dimensión a la que ningún grupo del género pudo llegar jamás, no se ha exhibido precisamente tras su divorcio con Axl. Sus entregas discográficas en solitario y su aportación a los mediocres trabajos de Velvet Revolver nunca hicieron olvidar lo que ofreció este hombre al mundo entre 1987 y 1993 al frente de la banda de su vida.

En cambio, como poseído por un afán reivindicativo, el guitarrista lideró un concierto inauditamente rabioso, potente. La banda que le acompaña sonó engrasada, los himnos de Guns N' Roses (Nightrain, Sweet Child O' Mine, Paradise City y Civil War) provocaron emociones muy diversas. Por una parte, casi todos los allí congregados vibraron con ellos, se rindieron a unas interpretaciones muy fieles y apasionadas. Por otra parte, era inevitable, de tanto en tanto, añorar ahí al díscolo pelirrojo que las cantaba y lamentar el desencuentro; preguntarse por qué ellos, por qué precisamente ellos. Llegado este punto, conviene subrayar el mérito vocal de Myles Kenedy, el cantante, que emuló a Axl muy bien, quizá demasiado bien. Fue un concierto disfrutable, donde Slash salió reforzado, pero a la vez es triste asociarlo a las recientes giras de Blind Melon y Alice In Chains y lamentar que música tan especial y genuina, tan real e intransferible, suene en boca de ventrilocuos.

En fin, tras el buen sabor de boca dejado por Slash, Kiss se adueñaron de Vitoria durante dos horas y media a golpe de excesos pirotécnicos, de plataformas voladoras y de una colección de clásicos bastante bien elegida y distribuida, con Deuce, Detroit Rock City y Rock N' Roll All Nite como momentos estelares. Podrán gustar más o menos, podrá irritar su opulencia y mercantilismo, pero uno sabe a lo que atenerse viendo a estas cuatro bestias en acción. Y lo que se vio fue a una banda en un gran estado de forma, que pese a los inevitables parones (la edad no perdona) se mostró entusiasta y con sus dos líderes bien afinados. Stanley llevó el peso de la actuación y Simmons imprimió el toque más sórdido y oscuro, con su lengua kilométrica, sus muecas lascivas y su boca chorreante de sangre y babas. Los de intestino débil tuvieron pesadillas por las noche con este maravilloso villano. Nadie querría cruzársele en un callejón oscuro, pero el mundo del rock necesita a criaturas tan magnéticas como él.

Por lo demás, y en lo que respecta a este segundo día, mención especial, además de para bandas veteranas e incombustibles como The Damned y The Saints, a Imelda May, la dama triunfadora por excelencia de este festival. La irlandesa firmó dos conciertos, uno en Mendizabala y otro en la vitoriana Plaza de la Virgen Blanca por la mañana. Su pletórica voz, su capacidad para manejar audiencias, su carisma escénico, su temperamento y la fusión de rockabilly y jazz que caracteriza a sus discos la han convertido en una de las irrupciones femeninas más destacables de los últimos años. El Vez, impersonator chicano de Elvis, y que también tocaría al día siguiente por la mañana en la citada plaza, disfrutó de lo lindo homenajeando clásicos como In The Guetto y Volver y llevándolas a su estrambótico estilo, con bailes imposibles y constante cambio de atuendos. Tampoco faltó un repaso a varios temas de Kiss, una de sus bandas favoritas. Se gustaba, se encantaba, y su entusiasmo contagió al público. Y si alguien pregunta por Dan Baird, que tocó a primera hora, la respuesta siempre es la misma: su rock de raíces stonianas nunca falla, pero se disfruta más en una sala sudorosa y entregada a la causa.

Duelo de titanes

El sábado se perfilaba, por encima de todo, como un duelo de titanes entre dos de los solistas más importantes de las últimas décadas: Bob Dylan y Chris Isaak. Sin menospreciar a Robert Gordon, que cuajó un correcto aunque algo lánguido concierto de rockabilly con el carismático Slim Jim Phantom a la batería. También es de recibo citar a Maggot Brain, que volvieron a agradar mucho a su parroquia y versionaron el inmortal Alive de Pearl Jam. Pero en el ambiente se mascaba la expectación por ver en acción al de Minnesotta y al crooner más brillante del momento. En esos instantes previos, la edad media de la audiencia debía de ser la más elevada de la historia en el festival, con una amplia gama de generaciones  conviviendo en el público. Dato entrañable, dato alentador.

Dylan, como era de esperar, no defraudó a aquellos que le ven como una deidad que está más allá del bien y del mal, como un icono del folk americano, como un tipo insobornable, incorruptible, fiel a sus instinstos. Otros que no comulgan con su inclinación al blues, con la densidad de su discurso, aducen aburrimiento, se sienten distantes, incluso no distinguen sus canciones. En fin, posturas razonables ambas, incluso conciliables. Aunque a veces resulte áspero y algo frío, sería absurdo negar la trascendencia de Dylan, así como un buen puñado de canciones preciosas e imperecederas, como Like A Rolling Stone, que cerró el concierto.

A continuación, y tras el desconcertante interludio del glam rock de Toilet Boys, en la antesala del concierto de Chris Isaak el cielo de Vitoria estalló y comenzó a llover abundantemente. El panorama se antojaba idóneo para un temporal de electricidad y melancolía, para que Isaak sacudiera caderas, incitara bailes, removiera estómagos y arrancara lágrimas, como hace en todos y cada una de sus maravillosas obras en estudio. La versatilidad de este hombre es tremenda, pasa del perdigonazo rockero a la introspección más doliente sin apenas despeinarse. Pero Isaak optó por un discurso más alegre, desenfadado, complaciente. No quiso mostrarse, optó por no abrirse en canal. Que como versión de Roy Orbison eligiera la insulsa Pretty Woman lo define todo.

En fin, es posible que hiciera bien. Muchos de los allí presentes estaban pensando en sar saltos y mover el cuello con los Hives, que tocaban después y justo antes de la traca final de punk melódico de Bad Religion, hay que recordarlo. Mostrar tus vergüenzas y recibir indiferencia es duro, desde luego. Isaak parece pasar por un buen momento y quiso irradiar luz, aunque le hubiera venido bien algo de más riesgo, de más intensidad. Para demostrar todo su talento, toda su dimensión, y no una parte. Con todo, Dancin' y Baby Did A Bad Bad Thing resultaron convincentes. Worked It Out Wrong, que en disco suena como una navaja atravesando un corazón, se desarrolló sin apenas dramatismo, distendida. Con Forever Blue ocurrió algo similar. No fue un día para la espeleología emocional, aunque hubiera sido hermoso llorar bajo el diluvio. Los genios son así, caprichosos, imprevisibles. Como la propia lluvia.

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