Olvier Stone, un realizador con muy malas pulgas

  • Al director de Wall Street se le conoce por exprimir al máximo a sus actores
  • Su carrera está llena de trabajos con un claro mensaje político
  • Luchó en la guerra de Vietnam, clara inspiración para su trabajo

Lo cuenta Michael Douglas, "durante el rodaje de Wall Street, Oliver se acercó a mí en la primera semana y me preguntó si me estaba drogando". La cara de Douglas debió ser un poema pero para el director estaba claro que su actor no estaba dando el 100% para dar vida a Gordon Gekko. Tuviera razón o no, Douglas se alzó en 1987 con el Oscar al mejor actor gracias a su participación en la película.

Así es Oliver Stone, un tipo con bastante mala baba cuando le toca ponerse detrás de una cámara y exprimir a su equipo para que dé lo mejor de sí mismo. Pero antes de convertirse en cineasta de prestigio reconocido, a Stone le tocó hacer la mili, y nunca mejor dicho.

El realizador participó en la guerra de Vietnam, en la que le hirieron dos veces y rodó su primer cortometraje, y también dedicó años a escribir guiones para terceros. De sus manos salieron los libretos de El expreso de medianoche, Cónan el Bárbaro o el Scarface de Brian de Palma.

Pero a mediados de los ochenta, Stone decide dar el paso y se coloca él mismo como director de todo el cotarro. Y ahí es donde empiezan los reconocimientos, casi inmediatos. Con Platoon, Wall Street y Nacido el cuatro de julio se gana fama de tipo comprometido y antibelicista.

Biografías recurrentes

Pasado el boom de su aparición, Stone sigue a lo suyo aunque sin levantar tanta polvareda en los medios. Se enfrasca en repasar la vida de personalidades muy celebres de su juventud, y así firma cintas como The Doors o JFK, en la que investiga una posible explicación al asesinato de Kennedy en 1963. Nixon, en 1995, también se mereció su propia película, con Anthony Hopkins dando vida al extinto presidente norteamericano.

Ya en esta década, Stone ha seguido indagando con su ojo crítico a algunos de los personajes más relevantes de nuestro tiempo, aunque con el tiempo la crítica ha empezado a lamentar su escasa parcialidad cuando juzga a determinados personajes., como sucediera en Comandante (en la que cede el protagonismo a Fidel Castro) o W., donde Josh Brolin se mete en la piel de Bush hijo. El año pasado se enfrascó en un viaje por sudamerica que dio como resultado South of the border, un documental en el que alababa Hugo Chávez o comía hojas de cocaína con Evo Morales y con el que tuvo un rifirrafe con un medio español durante las entrevistas que dio en el pasado festival de Venecia.

Llega a este Cannes con la secuela de Wall Street, que lleva por subtítulo Money never sleeps. Si un tanto se pueden apuntar su críticos es que el Stone de 2010 es más oportunista que el de 1987. El primero se anticipó al crack bursátil de ese año en una cinta en la que ponía cara y ojos a los responsables de que la bolsa se viniera abajo. Ahora, ha aprovechado la situación para volver sobre sus propios pasos.

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