Jacques Audiard, el sensible rival del violento Michael Haneke

  • El refinado francés es, junto con el autor de 'La cinta blanca', candidato al Oscar a la mejor película extranjera.
  • Repasamos la obra del director de 'Un profeta', un magistral filme que llega este viernes a las salas españolas.
El cineasta francés Jacques Audiard, durante el rodaje de Un profeta.
El  cineasta francés Jacques Audiard, durante el rodaje de Un profeta.
Alta Films
El cineasta francés Jacques Audiard, durante el rodaje de Un profeta.

El 7 de marzo, los dos mejores directores europeos del momento vuelven a encontrarse. Esta vez para disputar, en el Kodak Theatre de Los Ángeles y con permiso de Campanella y El secreto de sus ojos, el Oscar a la mejor película de habla no inglesa.

A un lado del cuadrilátero, Michael Haneke. Famoso por la crudeza de sus temas e imágenes, el cronista de la decadencia moral de la acomodada Europa concursa con La cinta blanca, que ya obtuvo la Palma de Oro de Cannes. Barba blanca, mirada honda, Haneke parece más un druida que un cineasta.

Refinado y francés

¿Y quién es, en la otra esquina del ring, el único que parece poder dejarle sin premio? Un refinado francés de cráneo rasurado, sonrisa fácil y engolada voz. El autor de algunas de las mejores películas del último cine galo y autor también, en 2009, de Un profeta, para algunos críticos "el Padrino de este siglo".

Jacques Audiard, padre y padrino de ese profeta, no quiere ni oír hablar del Oscar. "No pienso en ello", proclama mientras arruga la frente y enciende, tras pedir permiso, su pipa. "Mi única preocupación, y no es fácil, es hacer películas que lleguen al alma de las personas. Y que otros sigan rodando filmes que también lleguen al mío".

Y es verdad que, si algo ha esculpido su alma, es el cine. Su padre fue Michel Audiard: director y, sobre todo, afamado dialoguista del cine francés. También su tío fue productor. Así que el joven Audiard, pese a dirigir sus primeros pasos hacia la enseñanza (estudió Literatura y Filosofía en La Sorbona), cayó pronto en las redes del cine.

Aprendió las primeras lecciones, casi nada, como ayudante de montaje de Polanski en El quimérico inquilino (1976). Afiló su talento escribiendo obras de teatro y, en los ochenta, se ganó la vida como guionista de Anuncio de muerte (1983) o Frecuencia mortal (1988), mientras dirigía cortos. En 1994 debutó en el largometraje con Regarde les hommes tomber.

Su primera película, con la que ganó el César al mejor director novel, es un policiaco que disecciona la psicología de tres tipos. La segunda, Un héroe muy discreto (1996), ironiza sobre el papel de la resistencia francesa durante la II Guerra Mundial. Y después, el salto al gran thriller: Lee mis labios (2001), con la que se consagró: nueve candidaturas a los César y tres premios.

El pianista atormentado

Buenas películas, pero obras que se quedan en éxitos locales. El salto internacional llegó con De latir mi corazón se ha parado, donde Audiard cuenta la desesperación cotidiana de un pianista frustrado, demuestra que violencia y sensibilidad no tienen por qué estar reñidas y donde, de nuevo (y cómo hará en Un profeta), insiste en el thriller para desnudar al humano. "Me gusta el cine y la literatura de género -recuerda-, porque democratiza la historia permite que todo el mundo te comprenda, porque te ciñe a unas reglas muy marcadas".

La herencia del cine negro, en efecto, está presente en Audiard, y le hace ser comparado con Melville y Clouzot. Pero es en 2009, tras tres años escribiendo el guión, cuando rueda su mejor obra: Un profeta. La historia de un chaval árabe que, a base de golpes y cárcel, se convierte en hombre y líder. Y algo más: una metáfora de los nuevos tiempos, de cómo la masiva llegada de inmigrantes, más en concreto de musulmanes, ha cambiado el equilibrio de poderes en Francia, aquí representada por una cárcel.

"En mi país -dice-, la costumbre es hablar de lo que sentimos los, y perdón por la horrenda expresión, franceses de pura cepa. El tema de la fortaleza asaltada, el cómo nuestra comodidad es amenazada por los recién llegados. En Un profeta quería mostrar la visión del que aterriza y toma el poder. Mostrar que no son terroristas. ¿Hacer cine político? Por supuesto. Desde Costa Gavras o Godard, cualquiera que coge una cámara hace política".

Política y, además, excelso cine y lección vital. "Ésa es otra de las grandes funciones del cine -asegura-. Enseñar. Si el cine no enseña nada, no es bueno". Y el suyo lo es. Tanto, como para competir con el del maestro Haneke.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento