Joan Ferran Historiador y articulista
OPINIÓN

La buena tasa

Varios turistas se hacen fotos junto a la Sagrada Familia, a 15 de marzo de 2024, en Barcelona, Catalunya (España).
Varios turistas se hacen fotos junto a la Sagrada Familia.
David Zorrakino / Europa Press
Varios turistas se hacen fotos junto a la Sagrada Familia, a 15 de marzo de 2024, en Barcelona, Catalunya (España).

Venecia ha sido la primera ciudad del mundo que ha decidido cobrar una tasa a los turistas que desean visitarla. El Papa Francisco ha acudido a ella para oficiar una misa en la plaza de San Marcos, recorrer la Bienal y departir con las reclusas de la cárcel de la Giudecca. 

Como es obvio, nadie ha osado, al vicario de Cristo en la tierra, cobrarle los cinco euros de la entrada. Como contrapartida, el pontífice ha alertado a los venecianos -y por extensión a todo el mundo- acerca de los peligros que puede entrañar un turismo de masas desbocado que no sea respetuoso con el patrimonio cultural de las ciudades y el medio ambiente. 

Hoy, la masificación turística, fruto de un mayor poder adquisitivo en determinados sectores, la mejora de las comunicaciones, las ofertas de alojamiento y los vuelos de bajo coste, está provocando problemas de gestión y convivencia en un buen número de ciudades. 

El Ayuntamiento de Barcelona ha decidido que el visitante colabore en el mantenimiento del patrimonio cultural del que disfruta. Perfecto, pero quizás lo más relevante del asunto va a ser que esos recursos sean finalistas y vayan a programas culturales o de distrito destinados a mitigar el impacto turístico. 

Desde un punto de vista impositivo, lo razonable es que quien disfruta de un servicio, aunque sea ocasionalmente, asuma su coste y contribuya a su mantenimiento y mejora. A fin de cuentas, las tasas e impuestos son como el colesterol, los hay buenos y malos. Todo depende de cómo se gestionan.

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