Joaquim Coll Historiador y articulista
OPINIÓN

Un problema llamado Netanyahu

El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, convocó al Gabinete de Guerra con carácter de urgencia en la madrugada de este domingo en respuesta al ataque con drones y misiles iniciados por Irán contra su territorio.
El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, convocó al Gabinete de Guerra con carácter de urgencia en la madrugada de este domingo en respuesta al ataque con drones y misiles iniciados por Irán contra su territorio.
EFE
El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, convocó al Gabinete de Guerra con carácter de urgencia en la madrugada de este domingo en respuesta al ataque con drones y misiles iniciados por Irán contra su territorio.

La suerte sonríe una vez más al primer ministro Binyamin Netanyahu. El brutal ataque terrorista de Hamás de octubre pasado frenó la contestación interna ante la reforma para controlar a los jueces del Tribunal Supremo que algún día tendrán que juzgarlo por corrupción, salvándole entre tanto de dimitir.

Seis meses después, el ataque de Irán, en la noche del sábado, le ha vuelto a dar oxígeno ante la opinión pública de su país y ha desviado la atención de la comunidad internacional sobre la inhumana actuación del ejército israelí en Gaza. Esa desproporcionada intervención le había hecho perder mucho del apoyo que inicialmente suscitó.

Israel se encontraba aislado en Naciones Unidas, acusado de estar perpetrando un genocidio contra la población palestina, y con EUA en una muy posición crítica, sobre todo por parte de los demócratas del presidente Joe Biden. El fracaso militar en Gaza es clamoroso, pues solo ha logrado matar a miles de palestinos inocentes, sin destruir a Hamás ni liberar a muchos de los rehenes, cuyos familiares critican duramente que la prioridad de Netanyahu no sea salvar sus vidas.

El primer ministro es el gran beneficiado de la guerra, sin duda su mejor aliada para mantenerse en el poder ante un nivel de apoyo en las encuestas muy bajo. Es una conclusión inquietante porque, además, en su abigarrado Gobierno los sectores nacionalistas radicales y ultraortodoxos le presionan para que Israel prosiga su incursión en Gaza y responda militarmente al ataque de Irán. La pregunta ahora es si Netanyahu puede permitirse el lujo de hacer caso a EUA y al resto de países occidentales que le piden contención y cabeza fría.

El lanzamiento de misiles y drones contra Israel fue un fiasco, aunque surge la duda de si no fue un fracaso deliberado para salvar el honor del régimen de los ayatolás, que necesitaban fingir una respuesta al ataque israelí contra su embajada en Damasco. Curiosamente, Irán anunció su represalia, informó horas antes a los americanos, y ahora suplica que valoren su «moderación», dando por zanjado el asunto.

Fríamente pues no hay razones para que Israel, que ha repelido el ataque gracias a su escudo antimisiles y a la activa colaboración de otros países, incluyendo a Arabia Saudita y Jordania, se vea obligado a responder con la misma moneda. Lo lógico en las próximas semanas sería que la tensión fuera disminuyendo, y que en Gaza se pudiera firmar un alto el fuego definitivo con Hamás que permitiera la liberación de todos los rehenes.

Pero para ese escenario hay un problema que se llama Netanyahu, a quien no le conviene que la distensión reviva sus problemas con la corrupción y reactive la oposición interna al deterioro del Estado de derecho en Israel.

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