OPINIÓN

Los nuestros

Imagen que muestra el impacto del proyectil en el coche la ONG World Central Kitchen.
Imagen que muestra el impacto de un proyectil en el coche de la ONG World Central Kitchen.
MOHAMMED SABER / EFE
Imagen que muestra el impacto del proyectil en el coche la ONG World Central Kitchen.

Lo terrible de que se llegue a la edad adulta sin una mirada moral (llámenla ética, si les pesan demasiado las viejas connotaciones de la moral) bien formada es que se confunde lo individual con lo subjetivo y el bien general con lo conveniente. Y en una sociedad infantilizada, o aún peor, impulsiva, necesitada de afirmación y adolescente como la que nos ha tocado vivir en las tres últimas décadas, esa tendencia se generaliza y se convierte en la única manera de reaccionar que hemos conocido, y que por lo tanto imitamos.

Leía estos pasados días algunos romances medievales; necesitaba una determinada documentación, y como suele ocurrir, comencé por una lectura y acabé en sus modificaciones del siglo XIX y XX, donde parte de esos cantos habían perdido por completo el contexto histórico y se reducían a canciones populares en los que un amorío o una afrenta justificaban la guerra, las matanzas o el resentimiento eterno. Las excusas no aguantaban demasiado análisis: los nuestros, los otros.

La repulsión que causa que pesen y calibren una vida humana ha desaparecido

Salté luego a las noticias, en las que hechos evidentes, palpables, terroríficos, como el asesinato de civiles o de voluntarios, se atenúan o se exaltan tras un vistazo rápido a qué les conviene contar a las partes, o a quienes rondan las partes. La repulsión que causa que pesen y calibren una vida humana ha desaparecido. Sobre el papel siete, sesenta o 32.000 muertos se transforman en un peso muerto, pero vacío. Los números resultan cómodos para quien carece de moral porque pueden interpretarse, se moldean al relato más conveniente. Un cuerpo destrozado en mitad de un camino, un reguero de sangre que empapa la tierra resulta más difícil de mirar. Los romances de frontera lo sabían, y cuando emborrachaban de sangre al oyente se cuidaban mucho de que fuera o la ajena o la del martirio. Los nuestros no mueren, caen. Los otros… quién sabe, se lo tendrían merecido.

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