Juan Luis Saldaña Periodista y escritor
OPINIÓN

La tolerancia con el apellido ajeno

-¿Está por ahí Paco Pene? -¡Presente!
-¿Está por ahí Paco Pene? -¡Presente!
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-¿Está por ahí Paco Pene? -¡Presente!

Mi padre tenía la consulta en casa y eso marca. Nunca fue amigo de la tecnología y escribía a máquina las historias médicas de los pacientes en unas fichas de papel que se doblaban y guardaban en un archivador de cajones metálicos que resonaban con solemnidad al abrirse y cerrarse. Los hijos ayudábamos a meter y sacar las fichas antes y después de la consulta. Ahí me di cuenta de todo: Los seres humanos tenemos una tolerancia infinita al apellido extraño de los demás.

¿Hasta qué punto debemos creernos los apellidos bizarros, surrealistas y ridículos que la gente afirma tener? ¿No existe un límite? ¿Uno nunca deja de descubrir apellidos raros en su vida o hay un momento en que ya los has escuchado todos? Sería preciso poner un límite de decoro, sentido común o racionalidad y empezar a plantarse cuando a uno le dicen “hola, me llamo Manuel Pene”, por ejemplo.

ería preciso poner un límite de decoro, sentido común o racionalidad y empezar a plantarse cuando a uno le dicen “hola, me llamo Manuel Pene”, por ejemplo.

He hecho la prueba y nadie se extraña. La credibilidad es absoluta. Me he apuntado a actividades con el apellido Pene Bulba -bulba con be, por favor- y nadie me lo ha cuestionado. Creo que debemos plantarnos ya. En España hay apellidos raros y malsonantes como Polla, Chocho, Gandul, Víbora, Enamorado, Manola, Barato, Sordo, Peludo, Gordo, Tetas y muchos otros. Si se combinan, salen joyas literarias. Alguien debe poner orden en esto.

Hay apellidos que son jorobas metafísicas. Hay apellidos que son desventajas, remontadas imposibles e invitaciones inevitables a la broma. Ser la quinta generación de Vicente Chocho, por ejemplo, podría ser un honor, pero también puede haber llegado el momento de cortar y, al menos, quitar una hache de ahí para lograr algo más de decoro y discreción.

Hay apellidos que son parásitos, se empeñan en sobrevivir en el huésped, lo van consumiendo poco a poco y tratan de perpetuarse y reproducirse en él. Existen apellidos, además, que determinan caprichosamente la vida o la profesión del que los porta. Debemos ser más incrédulos ante los apellidos de los demás. Nos la están colando. Debemos pedir el DNI como un portero de discoteca que imparte justicia en las filas de la noche. Y si el DNI confirma el hecho, deberíamos decirle a la persona “usted no puede llamarse así”, como si fuera un atropello. Estamos ante un asunto de vital importancia. Es preciso reaccionar.

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