OPINIÓN

Poesía

Carles Puigdemont, durante la constitución de la Asamblea Territorial del Consell de la República.
Carles Puigdemont, durante la constitución de la Asamblea Territorial del Consell de la República.
Europa Press
Carles Puigdemont, durante la constitución de la Asamblea Territorial del Consell de la República.

Las próximas elecciones catalanas van a batir el récord de lenguaje hiperventilado. Todavía falta un año, me dirán, y llevan razón. Y de esto me quejo, porque no sé si podremos aguantar tantos meses entre hipérboles mientras no se solucionan los problemas cotidianos, que son los que complican la vida a los ciudadanos.

Va a ser todo un festival para poder ver quién, desde el independentismo cinco estrellas, es capaz de pergeñar el mejor realismo mágico para poder engañar con más cuidado.

Carles Puigdemont ya está en ello para hacernos ver que la amnistía no es una renuncia ni anteponer la situación personal al bien común, como sí, por lo que se sobrentiende, fueron los indultos pactados por el “traidor” (sic) Oriol Junqueras.

Además, por si alguien lo dudaba, los posconvergentes no renuncian a la unilateralidad, como otros, vaya.

Lo de este fin de semana de Puigdemont ante el llamado Consell de la República, que ya de por sí es poesía pura y dura, y que preside él mismo, es el pistoletazo de salida de la batalla que habrá entre los que consideran que lo que se hizo el mes de octubre de 2017 sin ninguna clase de reconocimiento ni nacional ni internacional es lo que cuenta y que todo lo demás es represión.

Como que desde Waterloo se ha ido alimentando la ficción, ahora, que ya han sido llamados traidores como los republicanos, tienen que esforzarse para no perder votos por las otras listas electorales que ellos mismos, con su verborrea e hipérboles, han ayudado a crear.

Así es que, queridos lectores, Waterloo se verá forzado a ir disociándose discursivamente de sus actos para frenar la fuga de votos de sus hasta hace muy poco palmeros y protegidos. Por lo tanto, les aseguro que deberán frotarse los ojos siete veces cada día para comprobar que no están soñando.

Y ya que estamos en lo onírico, cabría recordar que para “soñar más alto debemos despertar”.

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