Iñaki Ortega Doctor en economía en la Universidad en internet UNIR y LLYC
OPINIÓN

Nos quieren muertos

Decenas de miles de personas caminan hacia el cementerio para acudir al entierro de Alexéi Navalni.
Decenas de miles de personas caminan hacia el cementerio para acudir al entierro de Alexéi Navalni.
AP
Decenas de miles de personas caminan hacia el cementerio para acudir al entierro de Alexéi Navalni.

Bastó unos sorbos de té para producirle un coma mortal. Era el año 2020 y Alexéi Navalni ya era el principal opositor al régimen de Putin. Ingresado de urgencia en un hospital de Siberia comienzan las especulaciones a la vez que el mundo teme por su vida. Los médicos rusos descartan el envenenamiento y, al mismo tiempo, Alemania fleta un avión medicalizado que le traslada a Berlín.

Un laboratorio germano confirma la intoxicación con un compuesto químico, aunque semanas después el activista ruso, gracias a los cuidados recibidos en esta parte del mundo, logra recuperarse.

Año 2014. Un joven reunido con la cúpula de su partido salva la vida gracias a un casco de moto que le oculta la identidad ante la policía política bolivariana que le viene a detener. No corrieron la misma suerte varios de los simpatizantes de Voluntad Popular que fueron asesinados a sangre fría horas antes. Leopoldo López pasa a la clandestinidad mientras se convierte en la presa a cazar por las autoridades venezolanas y comienza un sufrimiento infinito de su familia, hoy a salvo en Madrid.

Ambos políticos, con órdenes de búsqueda y captura por gobiernos acusados de violar los derechos humanos, deciden –inopinadamente para el común de los mortales– entregarse para defender su inocencia. Con nada que esconder y mucho que temer, Alexéi y Leopoldo se presentan ante la policía para ser detenidos. Rápidamente se organizan juicios farsa donde son condenados a años de cárcel. Una sentencia de muerte planificada.

Yulia y Lilian, casadas con ellos pero también con sus causas, como en su día lo hizo Ofelia, repiten a sus maridos y todos sus compañeros de fatigas que tengan cuidado: «Nos quieren muertos». Ofelia es la viuda del opositor cubano Oswaldo Payá y lo recuerda estos días en los que se han celebrado las exequias por Navalni tras aparecer muerto en extrañas circunstancias en un siniestro penal de los Urales.

Una mañana de julio de 2012 se despidió en La Habana de su marido con un beso y no le volvió a ver. Un accidente de coche inducido le llevó a la muerte en una inhóspita carretera cubana. Payá amenazaba la omertá de la isla caribeña, una ley de silencio que oculta el hambre y los asesinatos.

Los dictadores de Cuba y Rusia debilitaron con sus muertes la oposición y la defensa de las libertades. Leopoldo pasó más de cuatro años encerrado y torturado. Sin embargo su causa sigue viva. María Corina Machado en su país, también condenada, y otros intrépidos han cogido el testigo en Nicaragua, Irán, Ruanda, Azerbaiyán y también en Rusia. Les quieren muertos como a la democracia, como a la justicia, como a las libertades.

Acabamos de enterrar a Navalni y las imágenes de esos valientes haciendo cola en la iglesia moscovita golpean en nuestra conciencia, mientras vemos las noticias en el calor de nuestro hogar y nuestra democracia. Esos rusos esperando –muertos de miedo– en la fila de la Iglesia nos emplazan a que la libertad siempre gana cuando haya quien la defienda.

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