Khadija Amin Periodista
OPINIÓN

Tejido de alfombras, arte nacido de las mujeres afganas

Mi alfombra de Afganistán, comprada en la tienda de Hakim.
Mi alfombra de Afganistán, comprada en la tienda de Hakim.
K.A.
Mi alfombra de Afganistán, comprada en la tienda de Hakim.

Un gran número de niñas de Bamyan, a las que se les prohíbe ir a la escuela, se han dedicado a hacer alfombras debido a la falta de empleo y la pobreza. Tras tomar el poder, los talibanes bloquearon las escuelas secundarias a las chicas y muchas han convertido el tejer alfombras en su profesión.

El tejido de alfombras en Afganistán es una de las artesanías más antiguas e importantes del país, a la que se dedica un gran número de ciudadanos, especialmente las mujeres. Tejen a mano, un arte que se ha transmitido de generación en generación desde la antigüedad y que se conserva en Afganistán en su forma más antigua. Según las estadísticas publicadas en los últimos años, alrededor del 45% de las exportaciones de Afganistán en los últimos años fueron alfombras, por un valor de 231 millones de dólares.

En la industria del tejido de alfombras en Afganistán, las mujeres tienen un papel importante: hilan lana de oveja y recolectan las plantas necesarias para dar color. Por otro lado, la terminación de cada alfombra lleva meses, y hombres y mujeres trabajan duro para completar una de ellas.

En el pasado, las mujeres de ascendencia turca en el norte de Afganistán ganaron popularidad en el tejido de alfombras y consideraban propia esta profesión, pero poco a poco otros ciudadanos también se dedicaron a este trabajo.

Shabana es madre de varios niños y teje coloridas alfombras de seda con sus hábiles dedos desde hace varios años, pero se queja de la caída del precio de las alfombras en el mercado y de los bajos salarios: "El tejido de alfombras es nuestra profesión y tejemos todo el día, pero la seda es cara y no nos queda nada. El salario de los tejedores en un día no supera los 400 o 500 afganis".

Narges también teje de alfombras en Mazar-e-Sharif y protesta por los bajos salarios; quiere contar con un lugar de venta para que sus alfombras  alcancen un precio más alto y un cambio en los ingresos de los trabajadores: "La textura de una alfombra lleva mucho tiempo, pero nuestros productos no se venden. Queremos cooperar en la venta y brindar asistencia económica".

La alfombra de Afganistán se comercializa primero en las principales ciudades del país y luego es exportada a los mercados extranjeros por hombres de negocios. 

Samin es un apodo. Era una estudiante del undécimo grado cuando los talibanes llegaron al poder y se le prohibió la entrada a la escuela. Esta joven de 16 años se dedica ahora a tejer alfombras en una de las aldeas del centro de Bamyan. Ella y sus tres hermanos tienen la responsabilidad de cubrir los gastos de su familia: "Desde que llegaron los talibanes hay mucho desempleo. Nos prohibieron ir a la escuela, estábamos desempleadas y sin ocupación, tuvimos que tejer alfombras".

Los problemas económicos de la familia no han mermado el sueño de Samin de continuar sus estudios escolares: "Deseo que las puertas de las escuelas se abran para las niñas y completar mis estudios".

Cuando alquile mi propio piso busqué una alfombra afgana. Comprar una de estas obras de artesanía era mi sueño desde que era pequeña; siempre fantaseaba con el día que podría tener una preciosa alfombra elaborada por manos de mujeres afganas, que son mágicas. 

Las mujeres que no pueden estudiar tienen capacidad de cambiar el interior de nuestras casas. Quería conocer a esas mujeres valientes, pero no pude verlas físicamente. En cambio, conocí un chico afgano en Madrid que tiene una tienda de alfombras. A veces iba allí solo para ver las alfombras y observaba a la gente que las compraba pensando "menos mal que la artesanía de las mujeres afganas tiene mercado en España, así las mujeres de mi país pueden tener trabajo y ganar dinero para mantener a sus familias". 

Esta tienda me daba la sensación de estar en Afganistán, pese a estar a miles kilómetros lejos de mi país. Ahora tengo en mi casa una de sus alfombras, que me hace sentir más cerca de mi hogar. 

Abdul Hakim Salí lleva 16 años en España, empezó en Barcelona y ahora tiene dos tiendas de alfombras en Madrid. Dice que de joven siempre quiso ser como su abuelo, que fabricaba alfombras afganas de seda y las exportaba a Alemania. Él hizo igual, empezó a traer alfombras afganas y a venderlas desde Madrid a toda España.

Hakim está ayudando con sus negocios a más de 100 familias en el norte de Afganistán. La mayoría de ellas son mujeres. 

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