¿Fue envenenado Pablo Neruda? Su familia ha insistido durante años en que así fue, y ahora un tribunal de apelaciones de Santiago de Chile lo considera verosímil y ha reabierto la investigación sobre su muerte para que se zanje si, como indica su sobrino Rodolfo Reyes, se le inyectó una toxina botulínica. El poeta estaba ya muy enfermo, pero las circunstancias de su muerte en 1973 fueron lo suficientemente extrañas como para sospechar de una orden de Pinochet.
Hace unos días preguntaba yo entre quienes me siguen en redes por escritores cuya obra contrastara con una vida poco ejemplar. Pablo Neruda aparecía citado con frecuencia y con dolor, siempre por el abandono de su hijita Malva Marina, que nació mientras él era cónsul en Madrid. La pobre criatura, a quien Neruda llegó a llamar vampiresa de tres kilos, padecía hidrocefalia. Durante la guerra, con Neruda ya involucrado con otra mujer, ella y su madre dejaron España, en principio por su seguridad: la nena murió en Holanda en 1943, sin que su padre se ocupara lo más mínimo de ella ni la mencionara jamás.
Del paso de Neruda por Madrid –vivió en la Casa de las Flores, un precioso edificio en Hilarión Eslava 2– queda su activa labor política, el poemario España en el corazón y el heroico salvamento de 2.000 refugiados en el paquebote Winnipeg. Él llamaría a esta acción su más bello poema. Luego llegaría su amistad y posterior ruptura con Octavio Paz, su enfrentamiento con Videla, el exilio, el Nobel. Como nos ocurre con todo comportamiento complejo, se produce un chirrido, una decepción íntima, al enterarnos del gesto injustificable que desdibuja la imagen de un poeta sublime. Sea como sea, ahora sabremos qué causó su muerte. Sí se sabe que los hombres de Pinochet arrasaron la biblioteca de la casa de Neruda en Santiago cuando llegaron al poder: con eso, de alguna manera, sin veneno, ya lo habían matado.
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