Juan Luis Saldaña Periodista y escritor
OPINIÓN

Quiten ya las mamparas del virus

Parecemos idiotas por si acaso.
Parecemos idiotas por si acaso.
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Parecemos idiotas por si acaso.

Es desesperante entrar en bancos, hospitales, bibliotecas y otros espacios públicos y comprobar que las mamparas que se pusieron en su día para, supuestamente, luchar contra el contagio del virus siguen todavía ahí como si sirvieran para algo, como si la separación que nos trajo aquello fuera algo positivo, como si el miedo al vecino fuera lo normal.

Hay en esta actitud un aviso a navegantes, un temor a que nos pase otra vez, una aceptación del papel de víctima y un triunfo de los que utilizan el miedo para mover la voluntad de las masas, esos que cambian libertad por seguridad y que son también siervos de sus amos. Mientras tanto, nadie se pregunta de dónde vino todo aquello, quién fue, a fin de cuentas, el responsable y si alguien va a rendir cuentas o todo se va a quedar como está.

No hay mampara que nos proteja de la desinformación y del peligro de la manipulación constante de los hechos. Recordar ahora expresiones como “nueva normalidad” o “comité de expertos” y la tranquilidad y falsedad con la que algunos las utilizaban pone los pelos de punta. Todas estas actitudes y manías que “vinieron para quedarse” no son más que el triste sentimiento del esclavo satisfecho.

No hay mampara que nos proteja de la desinformación y del peligro de la manipulación constante de los hechos.

Un artículo de la revista Science del día 27 de agosto del año 2021 explicaba que las mamparas no son demasiado útiles porque evitan que el aire circule con fluidez en los espacios cerrados y dificultan la ventilación. Pero el miedo no entiende de ciencia y aquí todos somos sospechosos de algo y no nos podemos fiar del de al lado, porque vete a saber. Intentamos comunicarnos a través del metacrilato y nos pasamos los papeles por la rendija como si visitáramos a un preso.

El “daos fraternalmente la paz”, el momento más comercial de la Iglesia Católica, se ha sustituido por una triste reverencia oriental, como si la mano del vecino estuviera ya condenada a la sospecha eterna. Quiten la mampara, dense la mano, abrácense, que la vida es muy corta y el contacto humano, sin excesos, contribuye a acercarse un poco a la felicidad. 

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