Luis Algorri Periodista
OPINIÓN

Lo que piensa Rosanita

El actual presidente de El Salvador, Nayib Bukele, en el Palacio Nacional junto a su esposa Gabriela Rodríguez.
El actual presidente de El Salvador, Nayib Bukele, en el Palacio Nacional junto a su esposa Gabriela Rodríguez.
Bienvenido Velasco / EFE
El actual presidente de El Salvador, Nayib Bukele, en el Palacio Nacional junto a su esposa Gabriela Rodríguez.

Rosanita, el ángel de la guarda que me ayuda en casa una vez a la semana, me cura las heridas y me baja a comprar las medicinas, estaba ayer feliz. Es salvadoreña. Me cuenta que ha habido elecciones en su país y que ha ganado su candidato favorito, Nayib Bukele, por una mayoría casi inconcebible. Yo sabía que a Rosanita le gustaba el fútbol y que se estaba medio aficionando al tenis gracias a lo que yo le cuento sobre Carlos Alcaraz, pero no tenía ni idea de sus preferencias políticas.

Le digo lo poco que sé de Bukele. Que hay que tener cuidado con él. Que ha aumentado la seguridad, pero al precio de colar una dictadura por debajo de la puerta. Que persigue a la prensa y a todo el que no se muestra sumiso con él. Que se ha presentado a las elecciones sin tener derecho a ello, porque la Constitución de su país lo prohíbe. Que es la extrema derecha pura y dura. Sobre todo dura.

Rosanita sonríe (siempre sonríe) y me dice: "Ay, señor Luis, ustedes aquí no saben". Y me cuenta, con toda serenidad y sin dejar de sonreír, que hace años ella tuvo que huir de su país con su hijo, prácticamente con lo puesto, porque las maras iban a matar al chico. Las maras son las pandillas mafiosas de gente a veces muy joven que prácticamente habían destruido El Salvador como Estado de derecho, eran las dueñas del país.

Me dice que Bukele ha metido a todos los “mareros” en la cárcel (es casi cierto: el número de presos se ha multiplicado por cuatro), que ya se puede pasear por las calles sin riesgo de que te peguen un tiro, que ya no hay asesinatos, que la prosperidad ha vuelto y que los ladrones, entre ellos todos los expresidentes anteriores, o han huido o están presos.

"Pero es una dictadura, no hay libertad", contesto yo. Libertad de qué, me dice ella: "Ay, señor Luis, yo la libertad que quiero es la de que no maten a mi hijo y la de poder vivir como una persona, como se vive aquí, ¿me comprende?", sonríe.

Y yo me callo, claro. Pienso que, por desgracia, los conceptos de libertad, de democracia, de dignidad, de derechos humanos y de justicia no son tan universales como solemos pensar. Que cambian en función de las condiciones de vida en cada lugar, y contra eso se puede hacer poco. Que yo jamás votaría a Bukele, como tampoco a Trump, a Milei, a Abascal o a Putin, pero comprendo que Rosanita (que es un ángel, ya lo he dicho, la pura bondad) prefiera ver vivo a su hijo antes que disfrutar de los altos estándares internacionales de libertad democrática que tienen, yo qué sé, en Wisconsin o en Hamburgo o en Montreal o en Alicante. Porque, además, esa libertad no la tuvo nunca, ni con Bukele ni con los anteriores. La libertad y la pobreza son difícilmente compatibles.

Así que sigo sin tener ni idea de las opiniones políticas de Rosanita. Me limito a lo importante: la felicito por la victoria del Girona en el campo del Celta de Vigo, porque ella se ha hecho del Girona, no faltaba más. Y me sonríe de nuevo, toda esponjada: "Ay, sí, señor Luis, muchas gracias. A ver si Dios quiere que ganemos la Liga".

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