Las erupciones volcánicas han sido motivo de estudio desde finales del siglo XIX. De cara a predecir su aparición es importante tener en cuenta la actividad sísmica y la monitorización de gases juegan roles cruciales. Los terremotos previos se registran mediante sismógrafos localizados estratégicamente alrededor de las zonas volcánicas. Su misión es registrar patrones sísmicos que indican cambios en la estructura terrestre, señalando movimientos magmáticos precursores de la erupción.

Simultáneamente a la monitorización en tiempo real de la actividad sísmica es necesario realizar la medición directa de gases volcánicos. Esta información nos provee una evaluación cuantitativa y cualitativa de la actividad magmática. Instrumentos como espectrómetros de masas y sensores de gases son desplegados in situ para cuantificar la presencia de dióxido de azufre, dióxido de carbono y otros gases asociados como el vapor de agua. Los cambios en la composición química de estos gases pueden indicar procesos magmáticos subsuperficiales, permitiendo una identificación temprana de condiciones propicias para una erupción.

Estos datos, analizados mediante algoritmos sofisticados programados en una inteligencia artificial, ofrecen una visión más completa y precisa para el pronóstico de eventos volcánicos y nos dan una ventana temporal para anticipar potenciales erupciones.