OPINIÓN

Que todo cambie...

Librería.
Imagen de archivo de una librería.
ARCHIVO
Librería.

Esperábamos las conclusiones de la famosa reunión europea para la aprobación de la Ley de Inteligencia Artificial con la misma mezcla de decepcionada indiferencia y de sorpresas previsibles con la que se hacen públicos los listados de los libros más vendidos del año: como un ritual seguido sin que le guste del todo a nadie. En esas listas, igual que en las conclusiones desprovistas de autocrítica tras las elecciones, todos se las ingenian para haber ganado; y la escasa transparencia y los diversos criterios para confeccionarlas guiñan el ojo a la IA.

Sería curioso apostar por cuántas de las cubiertas que el año próximo inundarán los escaparates librescos se habrán diseñado por inteligencia artificial. Muchas de ellas ya lo están: algunos autores se resisten (pese a la idealizada creencia sobre los escritores, muchos libros se gestan por equipos bastante ajenos a quien los ha escrito); otros ceden, por ignorancia, mal gusto o porque les ha entusiasmado la propuesta.

Para qué decir que no beberemos de esta agua, si en meses podremos estar sorbiéndola con ansia; pero resulta doloroso, incomprensible, que en todo este remolino en el que ganan los pescadores los peces escritores defendamos nuestro pequeño recodo y cerremos los ojos ante lo que se les hace a traductores, ilustradores o correctores.

Pese a sus innegables virtudes, o quizás gracias a ellas, la IA es un aliado poderoso para vagos, un consuelo para mediocres y una promesa ofrecida, una vez más, a quienes desean firmar un libro a cualquier coste. Nada de esto resulta nuevo: todos somos, de manera ocasional, vagos, mediocres o ambiciosos, y lo seremos aún más si se nos brinda la oportunidad.

Todo cambia, todo sigue igual. La diferencia es que yo me crié con la creencia de que debía luchar contra esa mala tendencia que también portaba. Y, ahora, nos instan a entregarnos.

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