Las etiquetas “ultra” y “extremo” son, más allá de su realidad y de su posible oportunidad, dos perfectos parches para cada ojo. Por desgracia, hay demasiada gente que se conforma con eso y que no le interesa saber más. Resulta suficiente para poner en práctica su plan de acción, no necesitan razones ni argumentos. Existen también profesionales de la política y de la información que prefieren no entrar a analizar nada, no saber nada más y mantenerse ellos, sus audiencias y sus votantes en la ignorancia más profunda.
Esta actitud, es importante decirlo, se acerca bastante al fanatismo. Poner una etiqueta al otro y no sacarlo de esa jaula intelectual es un paso inevitable hacia el aislamiento y hacia la negación del entendimiento mutuo. Supone también un grave fallo estratégico, ya que el rival puede sorprender, tomar la delantera en medidas y propuestas o hacerse defensor de alguna causa que su rival político pensaba que era solo suya.
Poner una etiqueta al otro y no sacarlo de esa jaula intelectual es un paso inevitable hacia el aislamiento y hacia la negación del entendimiento mutuo.
El nuevo presidente argentino, Javier Milei, lleva ya tiempo con las etiquetas mencionadas adheridas a su cuerpo, algo que parece no importarle demasiado y sigue su camino con una vehemencia que a los españoles, acostumbrados a dormirnos en cualquier discurso político, nos parece un exceso, sobre todo cuando se usa el insulto y la descalificación de un modo tan exacerbado. En cualquier caso y con toda la precaución que el personaje debe suscitar a un observador que quiera ser objetivo, hay que decir claro que Milei no es un ultraderechista, ni un miembro de la extrema derecha. Es otra cosa.
Pedro Sánchez apoyó a Sergio Massa en un vídeo en el que llevaba una americana roja infame, un documento que no pasará a la historia. Lo que hay en Argentina actualmente no parece merecedor de apoyos si se analiza con objetividad y no con inercia, estribillo y colegueo. Además de la ya conocida inflación y del escandaloso número de pobres, es llamativo saber que hay veintisiete tipos de cambio en el país y que dependen del tipo de burócrata que te toque. La inseguridad jurídica que esto produce resulta insostenible y en este y otros detalles como la corrupción sistémica se entiende la llegada de Milei.
El nuevo presidente, digan lo que digan, no tiene que ver con Trump, ni con Bolsonaro. Lo ha señalado su maestro, el profesor Huerta de Soto. No van en el mismo saco. Trump es intervencionista y Milei es todo lo contrario. Milei es ultra, pero ultra liberal. Podría definirse como anarcocapitalista o liberal libertario. No es un populista de derechas como pueden ser los otros. Es un liberal o un ultraliberal que quiere volver a una moneda fuerte y acabar con el banco central. Veremos si consigue lo que se ha propuesto y veremos si a alguien le interesa analizarlo un poco más allá de las etiquetas.
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