Juan Luis Saldaña Periodista y escritor
OPINIÓN

Conversaciones con el fantasma de Copito de Nieve

Copito de Nieve, en una imagen de adulto.
Copito de Nieve, en una imagen de adulto.
Zoo de Barcelona
Copito de Nieve, en una imagen de adulto.

Vino a verme ayer como todas las noches del veintitrés al veinticuatro de noviembre el fantasma de Copito de Nieve. Se cumplían veinte años de su paso a la otra vida y lo celebramos por todo lo alto. Copito está igual que cuando murió. El tiempo ya no pasa en los fantasmas y el blanco, por supuesto, le sienta como un guante. Mantiene la sonrisa pícara y el gesto bonachón, pero imponente. A veces, para tomarle el pelo, lo llamo “floquet de neu”, así en catalán y le hace gracia. Copi y Floqui son también algunos diminutivos que utilizo. Son ya muchos años.

Le pregunto si también se siente diferente en el más allá y me dice que sí, que hay cosas que no cambian, que ser diferente es algo que se lleva en la identidad, pero que no pasa nada, que él se esfuerza en juntarse con los suyos como si la diferencia no fuera evidente. A veces, me confiesa, se siente un poco impostor y eso le duele porque ser impostor en un trabajo o en un rol puede tener sentido, pero serlo durante toda la vida y en el más allá es doloroso.

Para rebajar el tono le digo que no se ponga estupendo, que el día que nos conocimos estaba expandiendo sus heces por un cristal y él me responde que yo era un idiota superlativo, pero que iba bien acompañado y tuve suerte. Dos verdades. También me hace una reflexión sobre sus años tras el cristal. Con el tiempo empezó a dudar sobre quién mira a quién y se dio cuenta de que el zoológico estaba invertido, que el verdadero observador era él. Es una forma muy sabia de verlo, le digo.

No sabéis estar, no sabéis ser. Os estáis yendo siempre y cuando estáis, no estáis porque miráis mucho al telefonillo ese que lleváis guardado en el ropaje.

El fantasma de Copito podría ser un gran gorilista pero, paradójicamente, es un gran humanista. Lleva tiempo estudiándonos. Me dice que no evolucionamos mucho, que no cambiamos, que nos cuesta mejorar, pero que, pese a todo, algo se va notando. Me habla también de la sensibilidad y de la razón. Me dice que somos muy afortunados de tenerlas, pero que las usamos muy poco en tiempo y en intensidad, que deberíamos espabilar y ser más sensibles y un poco más pensantes. A esto no le digo ni que sí, ni que no. Me lo voy a pensar. Copito vive en el más allá y tiene tiempo para reflexionar.

Floquet está convencido de que las dos especies tenemos mucho en común y de que el ser humano, según avanza en sabiduría, se va pareciendo más al gorila. “No sabéis estar, no sabéis ser. Os estáis yendo siempre y cuando estáis, no estáis porque miráis mucho al telefonillo ese que lleváis guardado en el ropaje”. Me habla de músicas simiescas que tienen cada vez más éxito y no le digo que no. Cantamos, como siempre, una canción juntos y recordamos aquella frase esperanzada sobre la continuidad de la vida que dice: “el día en que murió Copito de Nieve llené mis macetas de semillas”.

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