Carmelo Encinas Asesor editorial de '20minutos'
OPINIÓN

El perro argentino

El presidente electo de Argentina, Javier Milei, saluda a los cientos de simpatizantes concentrados en Buenos Aires tras ganar la elecciones en Argentina.
El presidente electo de Argentina, Javier Milei, saluda a los cientos de simpatizantes concentrados en Buenos Aires tras ganar la elecciones en Argentina.
Juan Ignacio Roncoroni / EFE
El presidente electo de Argentina, Javier Milei, saluda a los cientos de simpatizantes concentrados en Buenos Aires tras ganar la elecciones en Argentina.

Basta ver la avenida 9 de Julio de Buenos Aires o el cementerio de la Recoleta para entender hasta qué punto Argentina fue durante décadas un país rico y próspero. Esa señorial avenida, diseñada a finales del XIX a imagen y semejanza de los Campos Elíseos de París, es la mas larga y ancha del mundo y los mausoleos de la necrópolis bonaerense reflejan el enorme poderío económico ostentado con la pretensión de trascender en el tiempo. Hay panteones como catedrales en miniatura y sepulcros adornados con esculturas merecedoras de exponer en grandes museos.

Tal exhibición de fortaleza pretérita contrasta con la actual penuria económica de este país talentoso que lleva demasiado tiempo sin levantar cabeza. Es obvio que algo malo han debido hacer los gobiernos que ha habido en Argentina para que un 40% de sus ciudadanos se encuentren ahora encallados en la pobreza con una inflación por encima del 140%. Esa responsabilidad ha de atribuirse en buena medida al peronismo que en sus variadas y contradictorias versiones ha marcado la cultura política del país desde la mitad del siglo XX. En los últimos años, la variante kirchnerista ha sido especialmente nociva con una Cristina Fernández marcada por la corrupción e instalada en un populismo impúdico para hacer crecer de forma exponencial su fortuna personal mientras su país se hundía en la penuria.

Que había que acabar con esa cultura política tumoral era evidente y esa necesidad perentoria caló en una mayoría del electorado argentino que fue convocado al proceso electoral culminado el pasado domingo con la derrota del peronista Sergio Massa y la holgada victoria del ultra Javier Milei. Un proceso en el que la ciudadanía argentina fue polarizada hasta situarla en la tesitura de escoger entre lo malo y lo peor. Porque si Massa por su responsabilidad como ministro de Economía no parecía apto para resolver la desastrosa situación de las finanzas del país, el anarcocapitalista Milei decía cosas que daban miedo y hasta hacían dudar de su salud mental.

No me refiero a sus propuestas de reducir radicalmente el Estado, dolarizar la economía o privatizar las empresas públicas para frenar la galopada inflacionista, todas ellas cuestionables pero que pueden argumentarse por la necesidad de aplicar a grandes males grandes remedios, eso ya se verá si funciona o no. Lo que resulta inquietante es que el nuevo inquilino de la Casa Rosada diga en público, sin bromear, que él puede comunicarse con animales vivos o muertos y, lo más preocupante, que en base a esos diálogos toma sus decisiones estratégicas.

Este personaje estrafalario clonó a su perro Conan cuando el animal murió, y desde entonces dice hablar con él a través de una médium y actuar en consecuencia. No terminan ahí las idas de olla de este populista admirador de Trump y Bolsonaro. Javier Milei asegura haber visto tres veces la resurrección de Cristo, aunque, según afirma, solo puede contar que Dios le ha recomendado personalmente la tarea presidencial.

Así se manifiesta el personaje que en unos días regirá los destinos de Argentina. No es de extrañar que la felicitación de la UE a Milei haya sido fría y poco entusiasta, que Sánchez guarde silencio y que el ministro de Exteriores se limitara a desearle éxito en la nueva etapa. Tampoco Feijóo ha pasado de dar la enhorabuena general a los argentinos por una elección democrática. En cambio, Ayuso, Esperanza Aguirre y Abascal no se han resistido a mostrar su entusiasmo por la elección de Javier Milei. Igual les parece bien que a partir de ahora el futuro de Argentina lo decida un perro.

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