Juan Luis Saldaña Periodista y escritor
OPINIÓN

Salirse de la fila

Salirse de la fila es un reto.
Salirse de la fila es un reto.
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Salirse de la fila es un reto.

Nos encanta ponernos en fila. Parece un reflejo ancestral, algo que los seres humanos llevamos en los genes y que nos invita a colocarnos detrás del grupo a esperar. No nos importa mucho de qué es la fila, nos acomodamos en ella y esperamos a ver qué pasa. Es un buen modo de no pensar, de dejarse llevar por lo que haga el de adelante. La cola ofrece un cierto descanso mental, un abandono en la voluntad de la mayoría, una imitación del fluir natural de un banco de peces y un sucedáneo más o menos inmediato de la esperanza.

Hay, por supuesto, un aprendizaje en el ponerse a la cola. Desde la educación infantil llevamos la fila muy interiorizada. Hay colegios en los que hay encargados de fila entre los propios alumnos que velan porque se haga la fila bien. No estar en la fila conlleva un punto negativo. Los profesores se encargan de meternos esta idea hasta lo más profundo del subconsciente. La fila es el orden, fuera de ella está el caos.

Por la calle pueden verse filas de niños que caminan agarrados a una cuerda como los galeotes. Es también un sistema seguro para mantenerlos unidos en un entorno peligroso con coches, patinetes, bicis, ortodoncistas y viandantes. En la edad adulta, nos ponemos en la fila sin preguntar en sitios como el supermercado y su “pasen por esta caja en orden de fila”, las calles de dos o tres carriles, las estaciones o las tiendas.

Hay parques temáticos en los que pagas por entrar y por hacer horas de cola. Esas filas se mueven como serpientes por recorridos sinuosos en los que te cruzas siete veces con una familia alemana en la que todos sus miembros llevan sandalias de fraile y con una extraña y desfasada pareja de jevis acaramelados. Hay una página web en la que puedes pagar a alguien para que haga cola por ti. El tiempo vale mucho, sin duda, y hay gente que no quiere perderlo haciendo fila.

Nos encanta hacer cola, nos da seguridad, ritmo e inercia. Podríamos esperar a que nos llamaran para coger el tren o el avión, pero preferimos hacer cola aunque tengamos el asiento numerado. Cada vez resulta más complicado salirse de la fila, encontrar el camino propio o hacer algo original. La vida puede convertirse en una cola constante, a veces, no visible, pero siempre presente. Salirse de la fila, preguntar como en el mercado “¿quién es la última?” y arriesgarte a que no te guarden la vez de la vida es un desafío que cada vez interesa menos. La fila es rebaño, pertenencia, seguridad e identidad. Salirse de la fila es una aventura reservada a los iluminados. 

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