Miguel Ángel Aguilar Cronista parlamentario
OPINIÓN

Sin contemplaciones

Policías y manifestantes se enfrentan junto a la sede del PSOE en la calle Ferraz de Madrid, en la cuarta noche de protestas en la capital en contra de la negociación de la amnistía.
Policías y manifestantes se enfrentan junto a la sede del PSOE en la calle Ferraz de Madrid.
EP
Policías y manifestantes se enfrentan junto a la sede del PSOE en la calle Ferraz de Madrid, en la cuarta noche de protestas en la capital en contra de la negociación de la amnistía.
¿PREGUNTAR OFENDE? por Miguel Ángel Aguilar

La razón no puede prosperar sin esperanza ni la esperanza expresarse sin razón, según aprendimos de Ernst Bloch y comprobamos cada día. De modo que la muerte de la esperanza acarrea la muerte de la razón, de la facultad que nos distingue de los irracionales, la que nos constituye en zoon politikon, es decir, en animal cívico. Esa carencia de esperanza es la que conduce a la barbarie, por ejemplo, a los de Hamás e impulsa a los palestinos a servir de envolvente a los terroristas. En esa línea estaban las declaraciones del Secretario General de Naciones Unidas, António Guterres, cuando andaba a la búsqueda de una explicación para el ataque que prendió la mecha de la guerra de Israel. En todo caso deberíamos dar por superado el primitivo adagio de si vis pacem, para bellum –si quieres la paz, prepara la guerra–, para avanzar hacia el más esclarecedor que formuló Liddell Hart, quien recomendaba certero: "Si quieres la paz, estudia la guerra".

La segunda parte de la proposición que inaugura estas líneas excluye también que la esperanza pueda expresarse sin razón, o sea que quienes se expresan sin razón puedan hacerlo invocando la esperanza. Por ahí llegamos a la necesidad de desautorizar sin contemplaciones la utilización de la violencia, es decir, de impedir que quienes recurran a la violencia pretendan hacerlo malversando nuestro nombre. Esa desautorización y condena hay que proclamarla sin subterfugios, sin aprovechar el viaje para otras descargas o caer en la tentación de aducir como excusas la memoria de otras ocasiones en las que el adversario agredido se hubiera comportado como agresor. Habida cuenta de que las perversiones que quienquiera hubiera recibido de sus antagonistas en absoluto autorizan, ni facultan, permitirse hacer, o dar por bueno que se haga; otro tanto en sentido contrario. Porque una cosa es la legítima defensa a la que se recurra para liberarse de la persecución que se está padeciendo, siempre con los límites de proporcionalidad que corresponda, y otra, muy distinta, entregarse al vale todo. Como ha escrito Martin Wolf, editor del Financial Times: "Si no se acepta como legítimo al oponente político, no veo cómo puede funcionar la democracia".

Por ahí llegamos a la necesidad de desautorizar sin contemplaciones la utilización de la violencia, es decir, de impedir que quienes recurran a la violencia pretendan hacerlo malversando nuestro nombre

Estas consideraciones tienden a decaer bajo los efectos perversos de la pedagogía social a la que se atiene el Gobierno, a tenor de la cual el comportamiento cívico, la reclamación pacífica, la denuncia formal en la comisaría, la demanda presentada en el Juzgado, el recurso ante los tribunales y el logro de una sentencia favorable es perfectamente inútil. Véase así el caso de asociaciones como Impulso ciudadano o Asamblea por una escuela bilingüe que han amparado a los padres que quisieron hacer valer el derecho a que sus hijos recibieran enseñanza en castellano. Porque cuando el Tribunal Supremo llegó al cabo del tiempo a dictar una sentencia favorable, apareció el Govern de la Generalitat para rehusar su cumplimiento sin que de ello se siguiera consecuencia alguna. Además de que, si para mantenerse en el incumplimiento los amigos del Palau de la plaza de Sant Jaume considerasen necesario el amparo de una nueva ley del Parlament, los votos que pudieran faltarles les serían facilitados gustosamente por el PSC de Salvador Illa. Del buen porte y buenos modales abren puertas principales, de cuando éramos niños, hemos pasado al derribo de las puertas como el sistema más eficaz y recomendable para entrar en los salones. Vale.

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