OPINIÓN

La imagen de una princesa

La princesa Leonor
La princesa Leonor
Getty Images
La princesa Leonor

El martes la princesa de Asturias cumplió 18 años y juró la Constitución ante las Cortes Generales. Un solemne acto con el que inauguraba su mayoría de edad y que pudieron seguir con detalle millones de espectadores. Los diarios y revistas destacan esta semana en sus portadas la imagen de la heredera, protagonista del histórico momento. Nada escapó al foco atento de las cámaras que recogieron las palabras, los gestos, los discursos, y reflejaron las presencias y las ausencias.

Leonor interesa y mucho. Tiene un gran poder mediático. Está llamada a ser el centro de atención de la Familia Real a partir de ahora, que adquiere un mayor protagonismo. Se analizarán sus palabras, sus gestos, su vestuario, su peinado... La heredera al trono empieza a mostrar sus gustos y su carácter. El día de la Fiesta Nacional tuvo la opción de aparcar el uniforme con el que acudió al desfile y sustituirlo, como hace habitualmente su padre, por un traje civil para la posterior recepción en palacio. Fue su decisión seguir con el atuendo militar con el que se sentía cómoda y segura.

También fue decisión suya acudir al sastre del rey para encargarle el traje pantalón blanco en el histórico 31 de octubre. La elección fue un total acierto. Combinó sobriedad, elegancia y comodidad en un difícil equilibrio. Acertó también con el peinado y el maquillaje. Estaba especialmente favorecida, pero nada distraía en la solemnidad del acto.

Estos días han vuelto a publicarse fotos de los primeros años de su vida, Leonor tiene los rasgos de las princesas tradicionales de los cuentos, largo cabello rubio, ojos azules, tez luminosa y una bonita sonrisa, pero aquí terminan las comparaciones principescas, la suya no ha sido una vida ociosa mimada entre algodones de palacio.

Ha sido educada para ser una mujer de su tiempo y afrontar las responsabilidades que le esperan al servicio de la Corona y de los españoles.

De momento toca volver al día a día, cambiar los tacones por las botas militares y recoger su larga melena en un moño reglamentario que no desentone con el uniforme de la Academia de Zaragoza

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