Mario Garcés Jurista y escritor
OPINIÓN

Volver a ‘Verano azul’

'Verano azul' solo necesitó 19 episodios y un barco, 'La Dorada', para hacer historia en TVE. Y es que las últimas entregas fueron vistas por más de nueve millones de espectadores.
Los protagonistas de 'Verano azul' en el barco de Chanquete.
RTVE
'Verano azul' solo necesitó 19 episodios y un barco, 'La Dorada', para hacer historia en TVE. Y es que las últimas entregas fueron vistas por más de nueve millones de espectadores.

"Estos días azules y este sol de la infancia" fue, con casi toda seguridad, el último verso escrito en Collioure por Antonio Machado antes de morir. Tras cuarenta años de autarquía y silencios espesos de una generación que no quería recordar, llegó la reconciliación constituyente. Y del azul machadiano de patios de azahar y limón de la preguerra civil alcanzamos el azul democrático, que enterraba, al menos hasta hace unos años, la ignominia de un enfrentamiento que nunca debió ocurrir. La serie de nuestra infancia, de aquellas tardes en el tresillo agostado de casa, fue Verano azul (1981) de Antonio Mercero, aunque en muchas televisiones de la época el azul se fundiera en un claro grisáceo de las pantallas de blanco y negro.

Como mera curiosidad que probablemente pocos sepan, uno de los protagonistas, Quique, era en la vida real el hermano pequeño de Chencho, el niño a la fuga de La gran familia (1962), al que Pepe Isbert buscaba a gritos con su voz áspera por la Plaza Mayor de Madrid. Una lástima no pertenecer a esa familia en la que, los domingos a la hora de comer, se sientan a recordar el imaginario del tardofranquismo y de la Transición, una oda a la historia reciente de nuestro país. Otra originalidad es que Miguel Ángel Valero, el Piraña, una persona excepcional y un profesional como la barba de Chanquete, trabajó a mi cargo en un departamento del Imserso.

Reconozco que, en aquella época, me identificaba con Pancho, porque yo también era el del pueblo frente a los de la ciudad. Además era el moreno y los forasteros de la pandilla que venían de Madrid eran rubios, seguramente aguados con camomila para retrasar el castaño estandarizado de nuestras latitudes. Carlos III ya tuvo la fijación en su tiempo de repoblar Andalucía con colonos rubicundos de Centroeuropa, y Mercero insistió. Rubios de ciudad contra morenos de pueblo. Y también confieso que a mí me gustaba Desi, la de gafas de atrezo y ortodoncia por exigencias de guion. Por cierto, la ortodoncia fue otro gran invento de la Transición, porque, fue morir Franco, y se impuso la cultura de la prevención.

Reconozco que, en aquella época, me identificaba con Pancho, porque yo también era el del pueblo frente a los de la ciudad

Pero, por todos, me quedo con el capítulo Beatriz, mon amour. Bea siente un dolor de tripa y se acuesta pronto. Su madre le reprocha que lleva siempre el bañador mojado, un clásico de la época como los cortes de digestión. A la mañana siguiente, se despeja la incógnita. "Agustín, Beatriz ya es mujer", le dice solemnemente a su marido. Como Chábeli, la niña del Iglesias de aquella generación. Ese día Bea acude a la playa con una blusa de manga afarolada, como sierva de Iesu Communio, y toda la pandilla pasea con ella, al son de unos violines aliquebrados. Hoy, en esas playas, ya no queda nada de eso. Un tierno recuerdo de infancia. Nuestra infancia.

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