Igual que les ocurre a tantas familias por estas fechas ante la falta de recursos para llegar a fin de mes, la Administración Federal Norteamericana –para entendernos mejor, el Gobierno de los Estados Unidos que preside Joe Biden– está enfrentando serios apuros ante un presupuesto de gasto que se le agota dentro de una semana. 

Todo empezó hace meses, cuando en las elecciones legislativas celebradas en noviembre los republicanos arrebataron la mayoría en la Cámara de Representantes, equivalente a nuestro Congreso de los Diputados. Y uno de los asuntos más importantes que asumían era la elaboración y aprobación del presupuesto del llamado techo de gasto. 

Los presupuestos son fundamentales para que un gobierno pueda desarrollar su política partiendo de sus promesas, del interés de sus votantes y la intención de no defraudarles, mientras que para la oposición el objetivo electoral es aprovechar para frenar proyectos y hacer restricciones económicas para demostrar el fracaso de sus adversarios, en este caso los demócratas. 

Esto en la práctica significa que el primero de junio la Administración Norteamericana, la más poderosa del mundo, no dispondrá de dinero para pagar gastos de ningún tipo, incluidos los sueldos de sus empleados, que se quedarán a dos velas. Millares de trabajadores y funcionarios cesarán y tendrán que abandonar sus puestos y despachos el primero de junio sin cobrar y permanecer en sus casas en la incertidumbre desesperante de que los líderes de los dos partidos consigan llegar a un acuerdo. 

El problema humano de las familias se agrava con las consecuencias que esa situación pueda tener para la economía nacional e internacional. En las últimas semanas varios bancos se han declarado en quiebra y en Wall Street reina la inquietud, que irá en aumento conforme transcurran los días que quedan sin perspectivas de arreglo. El temor que se hace sentir en los ambientes financieros es que la crisis abierta pueda derivar en una recesión de ámbito mundial. Y eso son palabras mayores.