Ana Sandra Lecquio Obregón es desde hace un par de semanas la niña más famosa de España y parte del extranjero. Lo es desde que su popular madre, Ana García Obregón, fue portada de la revista ¡Hola! con la bebé en brazos a la salida del hospital de Miami donde la niña había nacido por gestación subrogada. 

La sorpresa ante la noticia dio paso pronto a la confusión hasta que las cosas terminaron finalmente por aclararse, previa nueva exclusiva, confirmando que legalmente era su hija adoptada ante la ley norteamericana, pero que biológicamente era su nieta, porque había sido fruto del esperma congelado de su hijo Aless que había tomado esa decisión antes de fallecer. 

Convengamos en que no es una historia sencilla y que el argumento, más propio de una novela, impacta. Si a esto sumamos la popularidad de Ana y de Alessandro Lecquio, que de momento prefiere mantener una actitud prudente, fácil es comprender el revuelo que se ha organizado y que ha encontrado un amplio eco en el público. 

Los hijos de los famosos no eligen serlo, y hasta que alcanzan la mayoría de edad no son libres de decidir cómo quieren convivir con esta fama y qué hacer con sus ventajas y sus inconvenientes. Hasta entonces son sus padres los responsables de cuidar y velar por su exposición pública y consentir o prohibir el uso que se haga de su imagen. 

No olvidemos que precisamente Obregón, cuando su hijo era pequeño y objeto de atención de los paparazzis, peleó para defender esta protección frente a los medios. Ana es una mujer inteligente y sabe gestionar muy bien su popularidad. Ella eligió ser famosa, no sabemos si su nieta querrá serlo en el futuro, pero ahora parece razonable que viva alejada de esta sobreexposición mediática.