Manuel Díaz, el Cordobés, está viviendo a sus 54 años, treinta de ellos como matador de toros, sus mayores días de gloria. Un triunfo fuera de los ruedos largamente acariciado y por el que ha luchado a brazo partido con tesón, determinación y sin desmayo toda su vida, el reconocimiento de su padre, Manuel Benítez. Padre e hijo comparten, además de una profesión de riesgo y fama entre la gente, una fisonomía inconfundible que siempre mantuvo la evidencia de su identidad compartida.

Los tribunales ya le habían dado la razón años atrás, pero el acercamiento familiar, el encuentro padre-hijo se ha producido estos días y ha ocurrido tal como ellos deseaban, primero en la intimidad, solo estaban presentes Manuel Díaz con su mujer, Virginia, y Manuel Benítez con su compañera, María Ángeles Quesada, que ha jugado un decisivo papel en esta reconciliación. Después vino el abrazo en público, esa «foto de su vida» que entre sonrisas y muestras de ocultado afecto sellaba ante los ojos de todos lo que la sangre común venía reclamando.

Manuel, el Cordobés hijo, es una persona de tan buen temple como simpatía personal y ha sabido hacer las cosas muy bien hasta el último momento. Consciente del interés que este episodio, el más importante de su vida, despierta, no ha caído en la tentación de fáciles y bien pagadas exclusivas. Ha convocado a todos los medios y ha contado todo lo que tenía que contar. Bravo maestro.