Casi una semana después de la gran final del Benidorm Fest, aún somos muchos los que seguimos con la resaca del festival. Algunos porque tienen un catarro de órdago tras haberse confiado por el brillo del sol alicantino y los más porque la emoción con la que vivimos todo lo relacionado con Eurovisión nos sitúa en un estado de morriña que no se va de un día para otro.

Este festival, que ha despertado en redes sociales aún más interés que el del año pasado, lo he vivido muy intensamente y desde dentro. Conocía personalmente a unos cuantos de los artistas que soñaban con alzarse con el micrófono de bronce y he seguido de cerca sus propuestas y la evolución de las mismas.

Representar a España en el evento musico-televisivo más famoso, reputado, antiguo y prestigioso del mundo no es moco de pavo. Ser uno de los 18 elegidos por RTVE para poder llevarte el gato al agua y tener a miles de espectadores pendientes de tus tres minutos sobre el escenario es una oportunidad que no ocurre todos los días y algunos deberían haber trabajado más.

Nos podrían gustar más o menos, pero las propuestas de Blanca Paloma y Agoney eran exquisitas. Iban acordes a los personajes, contaban con puestas en escena que servían para hacer crecer la canción y, como ya ocurrió con Chanel, desde que las vimos a través de la pequeña pantalla avecinamos, sin necesidad de ser Uribarri, un duelo encarnizado entre ellos dos. Así fue.

Blanca Paloma, ganadora del Benidorm Fest: "Este era mi sueño, hacer una canción que la gente pueda cantar"

José Otero pecó de discreto pese a la belleza de su voz y sus arrebatadoras miradas a cámara, Vicco montó la fiesta necesaria y parió un éxito instantáneo, Karmento hizo (muy bien) lo que se esperaba de ella, el videoclip de Alfred fue divino, la energía de Sharonne y Famous… Y otros estaban a años luz y parecían no saber muy bien a qué se enfrentaban. ¿Mi conclusión? Véase el título.