Juan Luis Saldaña Periodista y escritor
OPINIÓN

Oda a la bombona de butano

Bombonas de butano vacías.
Bombonas de butano vacías.
Getty Images
Bombonas de butano vacías.

Voy a poner en mi belén una bombona de butano en miniatura. He visto una camioneta de bombonas por la calle y he sentido la necesidad de reflexionar, como ya hice hace poco con la furgoneta del cristalero. No puede ser que la bombona naranja de butano pase desapercibida por delante de nuestras narices como una insípida furgoneta de Amazon

La bombona es el naranja intenso del frío, el baile con giros de cintura y maniobras de camionero para colocarla en su sitio, para evitar que te pise y que te deslome, es también ese sonido circular de campana vieja al apoyarse en el suelo, con rebote o sin él, ese olor a aceite malo de girasol con sospechas de fuga y amenazas de muerte y es también el recuerdo de una abuela escaldando botes de conserva en mitad del campo.

El pasado verano invité a comer en un restaurante decente a un grupo de personas para celebrar algo y, a unos metros de la pérgola de plástico, desafiando nuestra pretensión elegante, había aparcado el butanero para decirnos que no somos nadie. En ese momento entendí que aquellas bombonas naranjas, bien colocadas en cuadrículas de hierro, eran un paisaje hermoso y que no estropeaban la comida, sino que la dignificaban.

A unos metros de la pérgola de plástico, desafiando nuestra pretensión elegante, había aparcado el butanero para decirnos que no somos nadie.

“El sol es una estufa de butano”, decía Sabina. He mirado si el butano contamina y veo que no, que emite muy poco CO2, ese pecado posmoderno en forma de gas que cometemos los humanos. También veo que su consumo baja de forma muy significativa año tras año, aunque ha encontrado algunos nichos de mercado en los que es realmente útil, por ejemplo, en algunos sectores de la cocina profesional.

El butanero, ese tipo capaz de llevar veintiséis kilos y medio en cada brazo, fue desapareciendo del imaginario colectivo como padre presunto, como patriarca de barrio. Dejó, quizá, su puesto a los chistes malos de Julio Iglesias que ya no son lo mismo. Javier Fesser se acordó del butanero en un corto maravilloso. El acero pesado, el gas y la pintura naranja de las bombonas tradicionales descansan ahora en unas jaulas de gasolinera, van y vienen en contadas camionetas y algunas elegidas pasan el año en los balcones junto a la bicicleta estática y la ropa tendida. Con tiempo y paciencia han logrado ser parte de un paisaje y, a su modo, han conseguido aportar al decorado una forma urbana y muy particular de la belleza.  

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