OPINIÓN

Encerrados

Los toros de la ganadería abulense de José Escolar Gil han protagonizado un tercer encierro de los Sanfermines de 2022 multitudinario por ser en sábado.
Imagen de los Sanfermines de 2022.
Rodrigo Jiménez | EFE
Los toros de la ganadería abulense de José Escolar Gil han protagonizado un tercer encierro de los Sanfermines de 2022 multitudinario por ser en sábado.

Esta mañana, cuando bajé a desayunar en el hotel de Bilbao en el que me hospedaba, dejé a mi derecha, en pie y absortos en la televisión, a unos cinco o seis hombres poco más o menos de mi edad. Lo que veían a esa hora extraña con la concentración propia una cirugía eran los encierros de San Fermín: me pareció una escena antigua, desubicada. Estaban sin estar. Las cámaras permitían una cercanía perturbadora. "Mira, mira, casi lo cogen", dijo uno, de pronto, y el resto dejó escapar el aire entre los dientes. "Ufff. Por poco. Este año no han pillado casi".

Había decepción en la voz de los espectadores, la misma que he encontrado en muchos de los atentos seguidores de los encierros, la leve rabia de quien ha pagado por un espectáculo y descubre a última hora el cambio del actor principal por un suplente. De quien, por mucho que diga, no admira 'el reto de la lucha del hombre contra el toro, la agilidad de uno y la nobleza del otro', sino que desea que haya acción y revolcones y sangre, y si puede ser de un guiri, mejor. Una mezquindad triste, una brutalidad que se contenta con alentar a otros mientras se siente a salvo.

Los argumentos de quienes defienden los encierros son calcados a los de los taurinos que exaltan el valor, el reto de inteligencia, la estética reconocible y la tradición. En realidad, la única razón palpable, sólida, para defender los encierros es la netamente económica, y por parte de quien se beneficia de ellos. El resto no es sino brutalidad, riesgo innecesario, maltrato animal, la exaltación de unos valores desfasados, intereses, morbo y justificaciones.

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