OPINIÓN

Las nuevas Giocondas

La Gioconda en el Museo del Louvre de París tras ser atacado con un pastel.
La Gioconda en el Museo del Louvre de París tras ser atacado con un pastel.
EP
La Gioconda en el Museo del Louvre de París tras ser atacado con un pastel.

Lo grave no es que La Gioconda haya sufrido un ataque: ni el primero ni el único. Un Rembrandt de la National Gallery fue pintado con un spray amarillo, mientras el vigilante, por cierto, de Bilbao, se arrojaba sobre el agresor y evitaba males mayores: ha habido Dureros salpicados con ácido, y Picassos y Velázquez rasgados. Frente a los martillazos que ha recibido La Piedad o las decapitaciones de La Sirenita de Copenhague, un tartazo a una pintura protegida por un cristal revive los tiempos en los que Ruiz-Mateos se movía a merengazo lento: hay algo de cutre, de ridículo y desesperado en estas acciones que desvía la atención del hecho en sí mismo.

Han destrozado el arte durante toda su historia por razones muy diversas: como una agresión simbólica hacia una cultura, como manera de erradicar una forma de vida o de pensamiento, como gesto dominador hacia el dominado. Como gesto narcisista, como acceso rápido a la popularidad, como acción artística de dudoso gusto. No son esas las que me preocupan, las que se suceden ante la vista de todos, con la cobertura mediática esperada y el sonoro rasgar de vestiduras y petición de responsabilidades.

Han destrozado el arte durante toda su historia por razones muy diversas

Son las otras Giocondas las peor paradas, las que destrozan los piteros con sus detectores, las que se arrasan cuando se abre un parking, las que se entierran a toda prisa porque impedirían plantar o construir. Las que nos afectan en el campo, en la calle reformada, en la finca vendida para una promoción. Las que no abren las noticias ni son grabadas en tiempo real, las que nos están dejando sin patrimonio, las que destrozamos nosotros. 

Mostrar comentarios

Códigos Descuento