Gonzalo Guerrero, el soldado que fue a conquistar América y acabó matando españoles junto a los mayas

La historia del militar Gonzalo Guerrero es el ejemplo más extremo y, a la vez, una de las más extrañas y apasionantes aventuras de una etapa histórica que anda sobrada de ellas: la conquista de América.
Imagen gráfica que muestra la evolución de Gonzalo Guerrero.
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La historia del militar Gonzalo Guerrero es el ejemplo más extremo y, a la vez, una de las más extrañas y apasionantes aventuras de una etapa histórica que anda sobrada de ellas: la conquista de América.
Imagen gráfica que muestra la evolución de Gonzalo Guerrero.
UNIVERSIDAD DE HUELVA

Rainer Maria Rilke opinaba que la patria es la infancia; para Albert Camus era el lenguaje. La pregunta sobre la identidad implica la búsqueda de un tronco bien arraigado al que aferrarnos. Pero no siempre ese abrigo se halla en nuestros orígenes (infancia, patria, idioma) sino que se adquiere en el camino. El refrán dice que “se es de donde se pace, no donde se nace”. Y la historia de Gonzalo Guerrero es el ejemplo más extremo y, a la vez, una de las más extrañas y apasionantes aventuras de una etapa histórica que anda sobrada de ellas: la conquista de América.

El escritor Julio Castedo se topó con ella mientras andaba dándole vueltas a novelar la gesta de Hernán Cortés en la conquista de Tenochtitlán. “Este período histórico es una fuente inagotable para un escritor, un filón de personajes, pues fueron muchos años y muchas expediciones”, confiesa. Al final, seducido por el excepcional periplo de Guerrero, dejó de lado al marqués del Valle de Oaxaca, aunque reservando sendos cameos para él y para el gran soldado-cronista de la expedición, Bernal Díaz del Castillo, quien trató en su Historia verdadera de la conquista de Nueva España sobre el “caso Guerrero”. El resultado es El renegado (Almuzara), galardonado con el Premio Jaén de Novela.

La historia de Guerrero, nacido en Huelva, arranca, como tantas, en Sanlúcar de Barrameda, a bordo de una nao camino de América. En el duro ambiente de Darién se cruzó con futuros prohombres de la conquista como Vasco Núñez de Balboa y Francisco Pizarro. En 1511 se embarcó hacia La Española, pero las tormentas dirigieron a la embarcación hacia las costas de Yucatán, hasta entonces inexplorada. La mar, el hambre y los indios se llevaron por delante a todo el pasaje, excepto a dos españoles: el clérigo Fray Jerónimo de Aguilar y Gonzalo Guerrero. Éstos sobrevivieron al principio como esclavos, haciendo, atestigua el cronista Cervantes de Salazar, “lo que cualquier indio por pequeño que fuese” mandara. Con el tiempo, pasando de mano en mano de caciques de la zona, Guerrero se hizo imprescindible por su sabiduría militar, adquirida en las mejores escuelas de su tiempo: el cerco de de Granada y las campañas italianas del Gran Capitán. El andaluz adoptó los usos de los indígenas, tatuajes y horadaciones incluidas, se casó con una india y se erigió finalmente en cacique de su tribu.

En ese estado se encontraba cuando, ocho años después, Cortés desembarcó en Cozumel y quemó (más bien inutilizó, precisa el historiador Juan Miralles) sus naves. Grande fue la sorpresa cuando supieron de dos españoles que sobrevivían en la zona, pero cuando fueron a “liberarlos” la reacción no pudo ser más dispar: Jerónimo de Aguilar decidió reintegrarse entre los suyos, pero Guerrero se negó a volver con los españoles. Bernal Díaz del Castillo reflejó sus argumentos: "Hermano Aguilar, yo soy casado y tengo tres hijos. Tienenme por cacique y capitán, cuando hay guerras, la cara tengo labrada, y horadadas las orejas, ¿que dirán de mi esos españoles, si me ven ir de este modo? Idos vos con Dios, que ya veis que estos mis hijitos son bonitos, y dadme por vida vuestra de esas cuentas verdes que traeis, para darles, y diré, que mis hermanos me las envían de mi tierra”.

“Si nos ponemos en su pellejo, podemos comprender su decisión”, explica Castedo, “consiguió reivindicarse y escalar en la sociedad maya y luchó por su supervivencia”. Aguilar, en cambio, nunca pasó de esclavo en tierra extraña y se mantuvo muy apegado a su fe católica. Sin dudarlo, se sumó a Cortés como intérprete. La próxima década la pasaría Guerrero precisamente combatiendo a aquellos con los que había luchado, mano a mano, en medio mundo. “Él fue inventor que nos diesen la guerra que nos dieron”, señala Bernal Díaz del Castillo. Aunando el conocimiento del terreno como un maya natural y sus diestras dotes castrenses de europeo, evitó que los suyos fuesen reducidos por los españoles, cada vez más presentes en todo Yucatán y México. No contento con destruir una tras otra las partidas cristianas, fue en auxilio de un cacique en Honduras, donde acabó muerto de un arcabuzazo en 1536.

Si Malinche ha quedado como la “traidora” en el acervo mexicano -la mujer que se sumó a Cortés y facilitó la caída de los mexica como diplomática e intérprete-, Guerrero ha pasado por el “padre del mestizaje”. No sería del todo cierto, puesto que el mestizaje se propagó rápido y desde primera hora por toda Mesoamérica. La diferencia esencial en el caso de Guerrero es que éste adoptó la identidad maya a diferencia del mestizaje más habitual, que suponía que los hijos de españoles y nativas se integraran en los usos y costumbres castellanos. “Lo que pasa con la figura de Guerrero es que ha habido una apropiación por parte de la causa indigenista y es peligroso politizar su caso mientras se olvida otros mestizajes”, señala Castedo.

Aunque su aventura parezca excepcional, no es única. Entre tanto naufragio, tanta expedición y exploración en los límites, muchos fueron los españoles que acabaron entre indios, algunos viviendo como ellos, rehaciendo su existencia dentro de otra cultura. Álvar Núñez Cabeza de Vaca, que narró su dramático periplo norteamericano en Naufragios y comentarios (1542), es uno de ellos. Pedro de Valdivia, en su correspondencia con Carlos V, también da cuenta de otro renegado en Chile que, en palabras de Cunninghame Graham, “hablaba su lengua (la de los indios) y gozaba de alguna reputación en la tribu” e incluso combatió a los españoles. Más parecido al proceso de aculturación de Guerrero, con tintes de síndrome de Estocolmo, es el caso de Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán, que dio cuenta en su Cautiverio feliz (1673) de sus años bajo dominio de los mapuches que “aunque bárbaros, saben ser humanos y agradecidos”.

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