La ola perdida

La atalaya de Mundaka era un balcón soberbio al Cantábrico aquellos septiembres pasados en los que los mejores surfistas del mundo desafiaban las leyes de la gravedad. Entonces, brotaba un archipiélago de ciudades rodantes en torno a Urdaibai que dejaba riqueza, caravanas ancladas junto a la playa habitadas por gente de todas las latitudes en busca de la ola perfecta.
Pero el pasado año, la mano del hombre escarbó con sus dedos de acero los fondos marinos y, como si la naturaleza diera rienda suelta a su hartazgo ante tanto horror humano, una extraña mutación comenzó. Donde antes se erguían crestas de agua plateadas, ahora hay un manso desierto de mar. Su mítica ola agoniza. Ya no asusta. Se ha convertido en pequeñas ondulaciones sin fuerza. Rompientes para aprendices que chocan contra los arenales del fondo y mueren en el anonimato. Urdaibai sigue siendo una zona que siempre parece partir de cero. A Mundaka sólo le queda el consuelo de esperar que su colérico mar de septiembre despierte algún día de su letargo.
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