Las musas

Dick Cheney, vicepresidente estadounidense, parece desear que si las musas llegan, le encuentren trabajando.
Y no descansa. Blanco, limpio, multimillonario, pasea como un buitre bien alimentado por las ruinas que dejó el Katrina. Y mientras camina, calcula los beneficios de la reconstrucción del desastre.

Va a ser un negocio colosal. Las inundaciones son espectáculos tristes. Bilbao conserva las marcas que alcanzó la ría al reventar sus márgenes. Pero quienes vivimos aquellos días recordamos también otra imagen más esperanzadora: la de la gente, joven y no tan joven, que pala en mano limpió la ciudad por civismo y solidaridad, sin esperar ninguna recompensa, salvo unas buenas agujetas.

Pero en el mundo hay gente pa to. Y Bush,  influido por las musas, tiene la desfachatez de extender la mano ante países que desprecia para reclamar, como un mendigo, «¡Señoritos, una limosnita, que es triste pedir, pero más triste es robar!». De no ser por lo patético del tema, sería una ocurrencia genial. No hay como levantarse inspirado.

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