"No me llames Dolores, llámame Lola"... porque lo dice la ley

  • Una media de 10 coruñeses al mes se cambian de nombre.
  • Lo hacen por diminutivos, operaciones de sexo o galleguizaciones.
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Fue uno de los estribillos más canturreados de una canción del verano del grupo Pastora. Pero, para muchos coruñeses, el “No me llames Dolores, llámame Lola” es algo más que una canción pegadiza: cada mes una media de diez personas acuden al Registro Civil para cambiarse de nombre, según estiman fuentes judiciales.

Por los Nuevos Juzgados han pasado Dolores que han salido Lolas, aunque también algún Jesús reconvertido en Suso, recuerdan en Capitán Juan Varela. Y es que, según las estadísticas, diminutivos, traducciones al gallego y cambios de sexo son los principales motivos que empujan a los interesados a modificar su nombre. Aunque no siempre fue así. Una sentencia de 2004 –en el que se autorizó a una Josefa a pasar a ser Pepa- abrió la veda a los nombres familiares, hasta entonces prohibida.

A pesar de que los tiempos cambian, recuerdan en el Registro Civil, “no se permite ningún capricho en estas modificaciones, como el de variar una letra porque sí o supuestos fuera de la ley”. Es decir, sólo se aceptan si perjudica la identificación de una persona tras un cambio de sexo, para traducir nombres extranjeros o para cambiarlo por el de una lengua oficial de España.

Estos cambios en el Registro dejan a los coruñeses en torno a la media nacional, según aseguran en los Nuevos Juzgados. En lo que sí está a la cabeza del país, por razones evidentes, es en los nuevos Xurxos, Maruxas y compañía. A lo que aún no se ha atrevido ningún José es a pasar a Pepiño.

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