El Archivo Provincial difunde documentos históricos de tres gestoras de imprenta de los siglos XVII, XVIII y XIX

Con motivo del Día Internacional del Trabajo, la Consejería de Cultura y Patrimonio Histórico de la Junta de Andalucía rinde homenaje a tres mujeres jienenses que destacaron como gestoras y trabajadoras en talleres de impresión en los siglos XVII, XVIII y XIX, difundiendo en Internet documentos históricos asociados a las mismas.

La iniciativa se lleva a cabo en todas las provincias andaluzas, dentro de las actividades de difusión de los fondos documentales de los archivos provinciales, que cada mes destacan un documento para darlo a conocer. En esta ocasión, la Consejería ha optado por visibilizar el trabajo a lo largo de la historia de Andalucía, con diversos documentos que retratan las condiciones laborales, la industria y la actividad empresarial en siglos pasados, con un especial protagonismo de la mujer.

Los primeros trabajos de las mujeres impresoras en Jaén documentados en el Archivo Histórico Provincial datan del siglo XVII, gracias a la figura de Mariana de Montoya (siglos XVI y XVII), nacida en una familia de impresores. El año 1610 es la fecha del primer trabajo conocido salido de sus manos y se sabe que, al menos, hasta 1615 se imprimieron obras en su taller. El documento elegido para conmemorar el 1 de mayo es la escritura notarial de 10 de septiembre de 1627 por la que Mariana Montoya dona la mitad de la imprenta que regentaba a su hijo.

El Archivo Histórico Provincial destaca además los esfuerzos realizados por otras dos mujeres para incorporarse a un mercado laboral y cultural que fue propio de los hombres durante siglos. Es el caso de las impresoras jienenses María Mariana Baena y Alcalde Galiano (siglo XVIII) y Luisa de Cózar (siglos XVIII y XIX).

De ellas se ha ocupado profundamente la archivera de la Universidad de Jaén María Dolores Sánchez Cobos, especialista en la historia de la imprenta jienense. Ambas estaban casadas con impresores; la primera, con Francisco José Copado y la segunda con Agustín de Doblas, y las dos quedaron viudas.

En lugar de vender las imprentas de sus difuntos esposos, decidieron seguir con la actividad, participando activamente y dirigiendo las labores de impresión, haciéndose cargo de los talleres y dejando constancia de sus nombres en los pies de imprenta, como responsables de las obras editadas.

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