No es tiempo de sorpresas (aunque sí de alegría) por ver cómo varios grafiteros han sido reclamados por la Tate Modern. El arte urbano ha dado antes al mundo verdaderas bestias creadoras, algunas catapultadas a la historia. Es el caso evidente del afroamericano Jean-Michel Basquiat (1960-1988), cuyo gesto pictórico, anárquico, fiero y profundo, y ligado al arte primitivo y al expresionismo abstracto, sigue vibrando veinte años después de que lo enterrara la heroína.
Esta exposición recupera cuarenta de sus obras centradas en su visión fragmentada del cuerpo humano, un tema que le obsesionaba desde que le atropelló un coche a los seis años y se enfrascó en las páginas de un libro de anatomía. Algunas las firmó con Andy Warhol y Francesco Clemente y otras en la soledad en la que solía repetir «ahuyentar fantasmas». Unos fantasmas quizá referidos a la precariedad humana y urbana con la que él se identificó, mientras protagonizaba páginas de papel cuché y abría puertas a unas primeras manifestaciones marginales acunadas en sus grafitis por vagones de metro.
Santander / Fundación Marcelino Botín / Del 11 de julio al 14 de septiembre
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