Violencia y el relato falso del independentismo en televisión

  • Una opinión de Carlos García Miranda, escritor y experto en televisión y cultura pop.
El periodista Antonio Maestre (izquierda) en el programa laSexta Noche.
El periodista Antonio Maestre (izquierda) en el programa laSexta Noche.
LA SEXTA
El periodista Antonio Maestre (izquierda) en el programa laSexta Noche.

La última temporada del procés es la de la sentencia, aunque han pasado tantas cosas en solo una semana que ya nadie recuerda que sus capítulos más violentos detonaron a golpe de mazo. Llevamos días viendo a los tertulianos habituales de los programas, esos que un día te hablan del brexit y al otro están en un programa de cocina, siempre sin perder ni un gramo de autoridad, decidiendo si las penas impuestas eran justas. Como si un fallo judicial debiera estar sujeto al criterio de la población y no al de la ley.

Al parecer, en el siglo XXI los jueces tienen que volver a reivindicar la independencia del poder judicial, y no solo porque les ponen en entredicho en los programas de televisión. Otro frente lo tienen abierto en el Congreso, que tenemos políticos que suben vídeos a redes sociales juzgando sentencias como si de verdad pudieran hacerlo de un modo técnico y crítico. Desde las instituciones parece que no hace falta título para ser experto, ¿cómo no va a ponerse cualquiera desde la calle también la toga? Para lo que todos estamos legitimados es para opinar, igual que para ser prudentes y respetuosos, aunque eso se nos puede olvidar si desde los medios se convierte la ley, esa que tiene mecanismos de autorregulación, en un debate público.

Ese es parte del mensaje del relato falso del independentismo. Puigdemont, Mas, Torra, Junqueras y demás líderes privilegiados del conflicto catalán se han encargado de construir, en torno a su causa personal, todo un storytelling, una técnica que en publicidad se utiliza para hacernos creer que necesitamos comprar hasta veneno apelando a las emociones y construyendo una historia en torno al producto hasta que lo convertimos en algo personal. Para el Gobern el producto es el independentismo que llevan fabricando desde que salieron con que el Constitucional les había rechazado el estatut y eso era una ofensa a la identidad. Se les pasó contar que España, en plena crisis, tenía al FMI pidiéndoles recortes y Cataluña quería blindar sus privilegios.

Tener más dinero que cualquier otra región es el fondo de la raíz, pero JxCAT, ERC y la CUP han escrito un relato en el que se disfrazan malversaciones y prevaricación con lazos amarillos. A través de los mecanismos más perversos del storytelling han conseguido que se asocie la división del país a valores democráticos, y no a represión, anulación de derechos y de la justicia independiente. Apelando a bajas pasiones logran que se grite que España es un estado fascista que no permite su derecho a decidir, y no uno del que, con el referéndum ilegal, derogaron su Constitución. La declaración de independencia se impuso en el Parlament como solo los regímenes fascistas saben hacer.

La televisión ha tenido mucho que ver en la credibilidad de este falso relato. TV3 y Cataluña Radio, que deberían ser tan plurales como la sociedad que los financia, se han posicionado del lado del independentismo. Emiten los cortes más duros de las cargas policiales alternadas con los momentos más propagandísticos de las manifestaciones. Informan desde la imagen y muy poco desde las voces, aún menos desde las disidentes. Al mismo tiempo, critican el tratamiento informativo desde los otros medios, sobre todo desde la televisión pública nacional, olvidando los viernes negros que han protagonizado los trabajadores de RTVE, tanto con los de un lado como los del otro en el poder.

Pero el relato del independentismo no lo ha hecho solo TV3 ni los medios privados financiados por la Generalitat. Prácticamente todas las cadenas han ofrecido guiños emocionales al independentismo. La solución no está en silenciarlos porque la realidad es que representan a un porcentaje de la población catalana y hacerlo sería caer justo en los mecanismos de manipulación del independentismo. Suena mucho mejor cuestionarlos con todas las partes del relato sobre la mesa.

Estos deberían ser los anclajes al debatir en televisión sobre el procés, más aún ahora que está viviendo un giro de guion con la llegada de la violencia. Sus élites, que se venden como víctimas perseguidas por una sentencia que agrede a Cataluña, están actualizando el relato a través de todos los medios posibles. Los radicales se presentan como héroes del 36 arrancando adoquines para lanzarlos contra la policía opresiva y no como intolerantes que prenden fuego a ciudades. Juegan a su favor declaraciones como la de Antonio Maestre en LaSexta Noche: "La violencia en Cataluña es relativa".

La culpa de eso la tiene otro relato, el de una parte de la izquierda que se cree más izquierda que ninguna y le sujeta la pancarta a todo el que grita que le están quitando libertades, aunque lo único que le pasa es que vive en una sociedad diversa con oposición. Es esa izquierda que aplaude un independentismo xenófobo e insolidario con líderes nacionales católicos, y que, en cambio, castiga el sentimiento de cualquiera que se declare, simplemente, español.

El procés se encargó de incluir en su relato la bandera de la paz, pero la realidad es que portaban la de la violencia colateral. En el 1-0 lanzaron a la gente a la calle porque sabían que, si había muertos, no serían su culpa. En su actualización, tras la sentencia tratan de convencer de que el resto de España está convirtiendo Barcelona en un estadio policial. Los verdaderos responsables de la violencia del procés son sus líderes. Son sus grupos de radicales, compuestos por chavales con problemas de identidad mucho más profundos que los del lugar en el que han nacido, los que están incendiando las calles. Y después de que su ola haya llegado hasta Madrid, con sillas lanzadas en pleno Callao, tiene que haber un punto y aparte.

Ha llegado el momento de que Cataluña actualice su historia de independentismo. En la televisión, las redes sociales y, sobre todo, en la calle, el único relato que puede ayudar a reconstruir a su sociedad quebrada es el que empiece por condenar la violencia.

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