Talent shows infantiles: llantos de niños a cambio de audiencia

  • Una opinión de Carlos García Miranda, escritor y experto en televisión y cultura pop.
Imagen de La Voz Kids.
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ANTENA 3
Imagen de La Voz Kids.

Ya tenemos en la parrilla televisiva una nueva edición de La Voz Kids (Antena 3), el talent musical protagonizada por niños que sueñan con convertirse en cantantes. Sigue la misma fórmula de tantos otros programas televisivos protagonizados por los más pequeños, cuya espontaneidad siempre genera buenas cifras de audiencia. También consiguen esos datos porque son de los pocos contenidos familiares que quedan después de que en la ficción se crucificara a las series con padres, hijos y abuelos entre sus personajes. La programación familiar no pasa por su mejor momento en los despachos de las productoras, aunque la realidad es que la televisión en muchos hogares aún sigue teniendo una función de chimenea, frente a la que sentarse todos juntos al final del día.

Los talents con niños son un contenido ideal con el que agradar a los miembros de toda la familia, especialmente a los niños que se sienten protagonistas. Los más pequeños de la casa siguen siendo público fiel a la televisión, a pesar de que el cambio tecnológico ha modificado y reducido su consumo de audiovisual. Lo son porque tienen las horas de acceso a Internet desde las tablets controladas, así que, para ellos, la televisión sigue siendo un espacio de entretenimiento de referencia. La pregunta es si los concursos de niños compitiendo entre ellos son un buen contenido para el público infantil.

La mayoría de los talents infantiles resaltan valores positivos de los que se trasmiten en el colegio, así que enfrentarse a ellos como espectador puede resultar una experiencia de lo más aspiracional. El problema es que también puede hacer que los niños se sientan inferiores a sus protagonistas si ellos son de los que ni cantan ni cocinan, y no tienen claro que carecer de esas cualidades no te hace ser mejor persona.

Los que seguro lo tienen más difícil de comprender son los que concursan. En los talent hay mucho de juego y de diversión, pero también hay juicios y críticas. Se hacen con delicadeza, aunque la realidad es que son autoestimas en construcción que reciben un veredicto que puede llevar a creer que los sueños hay que alcanzarlos cuanto antes. Por delante de la sentencia hay una competición que puede ser positiva porque esas ayudan a superarse, pero también puede generar frustración y tensión que desemboque en lágrimas (y en picos de audiencia). Y todo eso para millones de espectadores.

Vivimos un momento en el que se protege a los niños de las redes sociales y en el que incluso los padres se plantean si realmente tienen permiso para subir una foto a Instagram de sus hijos. Sin embargo, el debate sobre la exposición mediática de los menores en televisión está paralizado. Los niños que participan en un talent pasan de un entorno social compuesto por la familia, el colegio y los amigos, a tener a millones de espectadores observándoles. De un día para otro, tienen la obligación de demostrar sus cualidades para un entorno irreal y, lo que suena más feo, mostrar que son mejores que los que tienen al lado.

Los sistemas educativos tratan de explicar que la recompensa por el esfuerzo está por encima del resultado, pero estos concursos, a pesar de que lo intentan, acaban diciendo que el premio lo merece el mejor resultado. Está claro que solo vemos lo que ocurre frente a las cámaras y no lo que hay detrás. Allí todo está controlado por profesionales que acompañan a los niños para que lo que se imprima entre dentro de lo correspondiente para una persona de esa edad, aunque quizás el problema esté en el modelo de concurso al que se enfrenta; su mecanismo es tan adulto como el horario en el que se emite.

Mi lectura quizás sea demasiado alarmista porque la realidad es que los niños que pasan por esos concursos, a pesar de los llantos, terminan saliendo con una sonrisa. Tan solo pongo sobre la mesa que quizás se estén convirtiendo sus emociones en espectáculo. Y también que no solemos ver un talent infantil en el que, en lugar de competitividad, veamos cooperación. Uno en el que se pueda entrar sin saber tanto como para que con un pulsador decidan desde el principio si vales porque lo importante sería el proceso de aprendizaje. Habría más niños concursando, pero sumarían fuerzas por un objetivo común para que así todos pudieran sentirse válidos, sin necesidad de ganar. Y luego ya vendría la vida adulta para contarles que lo importante no siempre es participar.

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