Los 14 miembros de la rondalla Centro Especializado de Atención al mayor (CEAM) Parque de Galicia se quedaron boquiabiertos cuando la directora, Ángeles Ballester, entró en un ensayo y les increpó sobre su uso de los instrumentos.

Varios miembros de este grupo se han puesto en contacto con la redacción de este periódico 20 minutos, y han contado su historia mediante un cuento.

Dice así: «Héteme aquí un buen día, a la hora del ensayo, a los dulces viejitos se les apareció la bruja: sois muy malos. Me queréis robar los melodiosos instrumentos». Es su manera de contar que la directora les acusó de no prestar las guitarras y laúdes (propiedad del centro) a otros usuarios.

Pocas semanas después, y en vista de que Ballester no se disculpó y sólo les envió una carta «llena de falsedades» (según uno de los aludidos), el grupo se disolvió.

Los mayores del grupo sospechan que esta carta es el informe que Ballester envió a Bienestar Social, donde narraba que habían tenido ya varios problemas con ellos por los instrumentos y los nuevos miembros.

Algunos ya han buscado otras rondallas en Elche y Alicante, y los demás practican su afición a la música en casa, pues «la tenebrosa sombra de la bruja es alargada».

Presentaron una queja a la Conselleria de Bienestar Social hace seis semanas, pero no han obtenido respuesta. La directora rechazó ayer explicar a 20 minutos su versión de lo ocurrido: «Los cauces adecuados para este asunto no son los medios de comunicación», dijo. En la Conselleria tampoco facilitaron ninguna contestación.

El cuento íntegro

Qué felices se sentían aquellos 14 entrañables y pacíficos viejecitos trinando las viejas cuerdas, ora de sus laúdes, ora de sus mandolinas, ora de sus guitarras.

El Saboyano, Carrascosa, Golondrina de Amor, Els Calsotets, O Sole Mio, Salio de Jamaica,... y tantas y tantas otras viejas melodías fluían en el aire, persona-lizadas por la parsimonia que le imprimían sus cansinas manos.

Pero, “El viejo propone y... doña Ángeles dispone”. Éteme aquí que, un buen día, a la hora del ensayo, a los dulces viejitos se les apareció la bruja: “Sois muy malos. Me queréis robar los melodiosos instrumentos. Son míos y os los quitaré, ¡cabezas vacías!. No quiero que cuchicheéis por los pasillos; si os atrevéis, protestad por escrito. Yo soy muy fuerte y no va a ser la primera vez que defenestre a un disidente. Hubo un director de esta rondalla que pegaba a sus vejetes... Al que no le guste ¡Puerta!”

Los decrépitos viejitos quedaron atónitos, asustados, mirándose unos a otros boquiabiertos. Algunos huyeron despavoridos; otros no se atrevieron y permanecieron aterrados en sus asientos. La bruja había desaparecido impávida, pero su sombra permanecía en la espesa atmósfera.

Celebraron conciliábulos. Fijando cada vez un lugar en el tupido bosque, para no ser descubiertos por la bruja, los viejitos se reunieron, una, dos, tres veces,... Se miraban con tristeza: ¡Qué será de nosotros? Ya no podemos más tocar nuestras canciones. Si no tocamos, no nos reuniremos más y dejaremos de vernos, y de querernos. Nos queda poco tiempo ¿Qué hacer?

Algunos marcharon a lejanos países y continuaron ensayando sus viejas canciones, creyéndose a salvo de la bruja. Pero la tenebrosa sombra de ésta es alargada, muuuuuy alargada y, a poco, los temblorosos viejitos empezaron a olfatear el tufillo del azufre, que nuevamente les hacía huir, abandonando su fugaz refugio, apenas disfrutado.

De nada sirvieron las misivas enviadas a distintos reales palacios. O les mataban al mensajero o archivaban sus pergaminos en la “P”.