No es cuestión de sexo

  • Hay trabajos que tradicionalmente los han realizado o sólo hombres o sólo mujeres.
  • Afortunadamente, si se trabaja en una actividad tradicionalmente adjudicada al sexo opuesto, no todo son dificultades.
  • Hoy la situación ha cambiado, pero ¿ha cambiado lo suficiente?.

En términos generales se puede hablar de que una profesión es tradicionalmente masculina o femenina cuando el 75% de los que la practican pertenecen a ese sexo. El equilibrio no llega porque a muchas personas no se les anima a que elijan actividades que no suele hacer su sexo.

Afortunadamente, hay cada vez más hombres y mujeres que triunfan en actividades que hace tan sólo unos años estaban limitadas a personas del sexo opuesto.

Una división sensata

No obstante, aún existen prejuicios falsos y también algunos problemas reales para conseguir la igualdad completa. Los hombres que eligen empleos considerados femeninos pueden ver en entredicho su masculinidad y quizá tengan que soportar más de una burla de los otros empleados.

Por el contrario, las mujeres que eligen actividades masculinas están acostumbradas a que se pongan en duda sus habilidades manuales o su resistencia física. De cualquier modo, si se trabaja en una actividad tradicionalmente adjudicada al sexo opuesto, no todo son dificultades.

Un beneficio directo es la propia satisfacción: si se ha elegido esa tarea, en contra de la inercia social, es porque le gusta a quien lo hace y le hace sentirse bien al realizarla y al saber que se ha ganado a una sociedad represora.

Además, recibirá más atención en lo que haga y los logros no pasarán inadvertidos. Lo que haga puede llegar a tener mayor impacto social. Una directora de cine o una escultora, por ejemplo, atraen más la atención de los medios. Si es una mujer en un empleo masculino, tendrá probablemente mejor sueldo que de otra forma.

Si es hombre, sus posibilidades de ascenso se agilizarán, pues sus jefes pueden considerar inconscientemente sus capacidades de liderazgo. Pero algunos de los problemas derivados de estas situaciones siguen ahí.

Uno de ellos es la falta de protectores, pues no se generan fácilmente las simpatías de los compañeros. Esto puede traducirse en frialdad, hostilidad o en acoso. Otro problema es que el prejuicio exista también en la vida privada y el trabajador no tenga el apoyo de su familia, lo que puede desmotivarlo hasta cierto punto.

No hay que dejar de lado el hecho de que los requerimientos físicos pueden pasar factura a las mujeres ni tampoco la consideración de que gran parte de los hombres carecen de la sensibilidad necesaria para realizar ciertas tareas.

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