El amor no es para siempre. O eso deben pensar Ágatha Ruiz de la Prada y su pareja Luis Miguel Rodríguez que afrontan, estos días, su primera gran crisis. La ausencia del empresario en la cena homenaje a la diseñadora en el Rastrillo Nuevo Futuro de Madrid sirvió para comprobar que las diferencias entre ellos son más que evidentes.

Me insisten en que el enfriamiento es debido a un cúmulo de circunstancias y situaciones que han desbordado la paciencia de los protagonistas, mudos ante la crispación mediática.

El desencuentro que lo cambió todo se produjo hace un par de semanas mientras descansaban en Portugal. Un mensaje recibido a destiempo en el teléfono del empresario provocó una discusión que acabó en enfado y posterior silencio. Luismi, molesto por la reacción sobredimensionada de su novia, acabó abandonando el hotel y regresando precipitadamente a España.

El viaje de vuelta fue difícil, tenso, casi agónico. Quienes conocemos al empresario sabemos que la diseñadora se ha convertido ya en una persona insustituible y que no es su intención despertarle inseguridades, miedos o dudas, tal vez no siempre tan infundadas.

Tras esta discusión a la portuguesa, la pareja ha mantenido escaso contacto telefónico pero abundante intercambio de mensajes en pro de una reconciliación que no despega.

Aunque ambos siguen imaginando un futuro en común, parece que les cuesta ceder por orgullo. Me consta que Ágatha y Luismi tienen previsto verse personalmente dentro de unos días –en cuanto ella regrese de París y él de Sevilla– para intentar deshacer la tela de araña, limar asperezas y aclarar esos malos entendidos que, esperan, no supongan un perjuicio real para la continuidad de su romance.

Es evidente que Luismi no suele ser hombre de una sola mujer, pero siente que Ágatha es especial. Se divierte con ella, empatiza con sus proyectos y se siente cuidado y respetado. Por eso es consciente de que cualquier tropezón, error u omisión es injusto e innecesario. Su lealtad le hace revolverse cuando actúa de forma desordenada, por lo que intenta frenar todos esos impulsos cavernarios que han propiciado el fin de la mayoría de sus relaciones anteriores.

No parece tener escapatoria. Julio Iglesias se ha vuelto a negar a someterse a las pruebas de paternidad que demostrarían su filiación con Javier Santos. El último escrito del magistrado del Juzgado 13 de Valencia –remitido a las partes el pasado 9 de noviembre– insiste en que la actitud reincidente del cantante supone una interferencia real en el procedimiento y apela al sentido común.

En los próximos días se citará a los hijos y hermanos de Julio con el fin de aclarar qué tipo de relación biológica mantienen con el demandante. Fuentes judiciales advierten de que, en caso de no facilitar el cotejo de ADN, es más que presumible que antes de final de año el juez pueda adjudicar la paternidad por rebeldía y obstinación.

Sus problemas podrían agravarse. Maria Edite Santos, la madre de Javier, luchará, además, para que el cantante cumpla con todas las responsabilidades económicas que estarían derivadas de su propia paternidad.

El abogado Fernando Osuna, representante legal del valenciano, iniciará las acciones oportunas para solicitar la manutención económica desde el nacimiento hasta los ventiséis años de edad. Según las primeras estimaciones, Maria Edite podría reclamar una cantidad cercana al millón de euros.

La princesa sin corona podría estar a punto de ser notificada por la Agencia Tributaria para dar explicaciones de los últimos dos años fiscales. El topo cantor que estaría desvelando más de la cuenta tendría el mismo sobrenombre que el apellido de un exfutbolista rubio gracias al agua oxigenada.