Riofrío, un Palacio Real sin dueño

  • Mandado construir por Isabel de Farnesio, murió sin verlo concluido.
  • Alfonso XII lo utilizó como retiro tras la muerte de su joven esposa.
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Vista del Palacio Real de Riofrío desde la explanada principal del recinto.
Vista del Palacio Real de Riofrío desde la explanada principal del recinto.
JONATHAN GIL MUÑOZ
Vista del Palacio Real de Riofrío desde la explanada principal del recinto.

La lista de palacios reales que existen en España es larga. Está el de Madrid, el de El Escorial, el de Aranjuez, el de La Granja, el del Pardo, el de Palma de Mallorca y cerrando esta extensa lista nos encontramos con el de Riofrío, en Segovia. Seguramente sea el más desconocido de todos y el que menos visitas reciba al año pero guarda un espíritu impoluto, casi virgen. Tal vez se deba a que en los más de doscientos años de historia que tiene sólo haya servido de residencia durante unas pocos meses.

La visita comienza mucho antes de poner el primer pie en suelo palaciego. Rodeado por un bosque de encinas y robles y con la Sierra de Guadarrama como telón de fondo, su estructura se nos revela como la de una enorme mole de ladrillo y piedra en medio de la Naturaleza castellana. El aire frío y cortante de la sierra nos da la bienvenida. Dentro del palacio la temperatura no es mucho mayor. Nuestro guía, Carlos Andrés, va provisto de un grueso abrigo, bufanda y guantes de lana, poniéndonos en guardia.

El palacio del luto

Riofrío fue mandado construir por Isabel de Farnesio tras quedar viuda de Felipe V, a mediados del XVIII. El proyecto nos habla de un recinto pensado a imagen y semejanza que su hermano de La Granja. Pero quedó sólo en eso. Fallecida Farnesio, la obra quedó en lo que hoy podemos contemplar. Un palacio menor que fue utilizado en lo sucesivo como pabellón de caza, sin que ningún rey ocupara sus estancias permanentemente salvo dos excepciones temporales, Francisco de Asís de Borbón y Alfonso XII.

Alfonso XII tras la prematura muerte de su esposa (y prima hermana), María de las Mercedes de Orleans, se desplazó hasta aquí buscando un lugar tranquilo donde guardar luto. De esta estancia de cuatro meses nos han sido legados los muebles, las cortinas y objetos que se distribuyen a lo largo de las habitaciones por las que discurre la visita. Carlos nos explica con pasión hasta los más nimios detalles de lo que vamos descubriendo. Las salas de espera, la de billar, el comedor, la sala de estar, la de audiencias y el despacho. Estas son las primeras estancias que recorremos, y que pertenecen a la esfera pública del Rey.

Las estancias privadas y el Museo de Caza

Al llegar al final del primer pasillo el carácter de las habitaciones cambia por completo. Ahora descubrimos los ambientes más íntimos. La sala de música, la capilla privada del Rey, el dormitorio Real, la sala de los recuerdos y la de los criados. Esta última guarda un curioso mecanismo de poleas mediante el cual la servidumbre sabía en que sala del palacio se les requería. Todo rezuma ese espíritu decimonónico a caballo entre los tradicionalismos del XVIII y los aires innovadores del XX.

El otro gran capítulo en que se divide la visita es el Museo de Caza. Una serie de reproducciones que van desde la edad de piedra hasta nuestras fechas muestran los pasos que ha ido siguiendo a través de los años el arte de la caza. Jabalíes, corzos y ciervos son algunas de las piezas que en pequeños recintos se muestran disecadas. El final de la visita lo marca el Salón de Trofeos de Alfonso de Borbón y Dos-Sicilias. De las paredes cuelgan cabezas de lobo, de linces ibéricos e incluso una piel de oso pardo, piezas que tal vez jamás debían haberse cobrado.

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