Músico por impregnación

La música puede llegar a ser muy persistente cuando se pega a uno.
No da el tipo flamenco, pero Salva echó los dientes en la Peña Juan Breva.
No da el tipo flamenco, pero Salva echó los dientes en la Peña Juan Breva.
Rafael Marchante
No da el tipo flamenco, pero Salva echó los dientes en la Peña Juan Breva.
A Salva Marina le pasó por accidente. Su casa estaba sembrada de melodías que soltaban por cualquier parte su madre, bailaora, y su padre, guitarrista por amor al arte. Los niños juegan con lo que tienen a mano y él, con 29 años, ya no recuerda cuándo le cayó la primera guitarra. Fue el único instrumento que estudió.
 
El piano, la flauta travesera, la batería y otras hierbas las aprendió por su cuenta («soy un pendón instrumental», resume). A los 17 años fundó su primer grupo. Abrió la boca y comprobó que sus berridos adolescentes tenían cierta clase.
 
Con esos síntomas, hasta sus padres le aconsejaron que se dedicara en serio a la música. Pero él hizo oídos sordos y empezó historia. Luego cambió a imagen y sonido.
 
Terminó la carrera y se fue a Cuba para especializarse en documentales. Pero el primero que le vino a la cabeza versaba sobre los verdiales. «Ahí vi claro lo que quería realmente».
 
En ese punto, la música lo inundó todo y él decidió absorber tanta como pudiera. Ahora se gana la vida componiendo sintonías para anuncios y programas de la tele. Además, hace bandas sonoras para documentales y cortos, estudia jazz en Marbella, canta en un orfeón y prepara el primer disco con canciones originales de su grupo, Los Perrillos, una banda de versiones con mucha mili cuyo talento se puede disfrutar en www.perrillos.tk.
 
Los ratos libres los consagra al violín. Quiere dominarlo para atacar los verdiales. «Estamos montando una panda», anuncia. Una panda posmoderna. Políticamente incorrecta, pero, con tanta música de por medio, seguro que nada frívola.
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