El Cierzo sopla con fuerza en Laguardia envolviéndolo con un manto de nubes. Es invierno, y la temperatura fría y acerada se deja notar en el ambiente. Las calles empedradas, las casas de madera y canto, adquieren un color grisáceo a medida que avanza la tarde.
Laguardia es un pueblo tranquilo, pequeño, de unos 2.000 habitantes y, sin embargo, el cuarto lugar de España más visitado por los turistas. ¿De dónde le vienen los encantos? Quizás de sus murallas, que llegaron a tener cinco puertas y lucen hoy restauradas, o de sus restaurantes, donde la comida es puro gozo para los paladares.
Aunque tal vez sean sus calles, que esconden más de un secreto, como las bodegas horadadas que no faltan en ninguna casa, ni siquiera en la sucursal bancaria. "El acceso a los coches está vetado. Si se les dejara entrar las bodegas se hundirían", explica Carolina, empleada de banco.
No importa. El coche queda fuera y el paseo se vuelve sosegado. Los viñedos, a tan sólo unos metros, se muestran ahora yermos y parduscos, lejos del espléndido color rojizo otoñal, aunque aún hermosos en sus ordenadas hileras.
Pero, como en todos los sitios, la imperfección anda cerca. "Al pueblo le falta más comercio y más vida. Estaba previsto hacer un campo de golf, pero se desestimó", lamenta Carolina.
De momento, habrá que conformarse con una visita a los alrededores: humedales, patrimonio histórico y prehistórico y una copa en la mano del mejor vino Denominación Rioja.
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